Las aventuras de Heracles.

Las aventuras de Heracles.

Las eróticas aventuras de Heracles en el siglo XXI.

Chapter 1 by Samson Samson

Desde el lujoso ático que mi hermana Afrodita me había "preparado" observé como la oscuridad de la noche atenazaba la ciudad...una ciudad anclada en una época que no era la mía. Porque sí, yo soy Heracles, el Hércules de la mitología griega y romana, un semidiós de la antigua Grecia traído de nuevo a la vida por su divino padre porque, aún en un tiempo tan alejado del que nací, el Mal sigue presente en el mundo. No importa lo tecnológicamente evolucionado que este nuevo mundo pueda estar...el alma del hombre sigue siendo igual de corruptible que en la antigüedad, y eso por no mencionar criaturas venidas del pasado más remoto de esta bola de barro, o las creadas por sus más retorcidos habitantes.

Completamente desnudo, sentía como el frío viento que sopla en la terraza golpea mi cuerpo. Un cuerpo muscularmente desarrollado, un cuerpo por la fuerza y resistencia propia de lo que los mortales considerarían un semidiós. Un cuerpo increíblemente poderoso y casi inmortal pero cuya mente, cuyo espíritu, sin embargo, es tan corruptible, dúctil y maleable como el de un simple mortal. Delilah. El recuerdo de ese nombre y de lo ocurrido alrededor suyo mientras me implicaba en un asunto de ese tal Samson, otro justiciero de este planeta, aún me atormentaba.

Supongo que la capacidad de los mortales de crear algo parecido a sus propios semidioses había sorprendido a Padre...igual que me sorprendió a mí. Al pensar en ellos, siento, con vergüenza, como mi enorme polla se endurece y se pone erecta en todo su poderoso tamaño, mientras un estremecimiento de placer recorre mi masivo cuerpo. Vergüenza. Aquella mujer, aquella semidiosa artificial, creada por mortales, con trucos de la ciencia mortal, había conseguido someter mi voluntad, y la de su "hermano" Samson, tan rápidamente como un titán aplastaría una hormiga.

He dicho "someter nuestra voluntad". Sin embargo, sería mejor decir que nos sometió sexualmente a su voluntad sin ni siquiera tocarnos. Su increíblemente voluptuosa presencia y los efluvios que emanaban de su cuerpo menudo, le permitieron a esa puñetera tetona inducirnos a él...¡y a mí, al gran Heracles! en un frenesí sexual que solo una diosa como mi hermana sería capaz de producir en un mortal. Nos postramos ante ella, suplicamos por sus favores....por el blanco néctar que manaba de sus enormes pechos pero que nos esclavizaba más y más, atándonos con nuestra propia lujuria. Nos obligó a tener relaciones....bien. No nos obligó. Simplemente sus extraños efluvios (creo que los mortales lo llaman feromonas, o algo así), nos "liberó" de nuestras inhibiciones y entonces, Samson y yo mantuvimos relaciones sexuales durante nuestro cautiverio. En verdad, fui yo el que se folló varias veces a aquel magnífico semidiós mortal, aunque casi al final...bueno, fue casi al contrario. Aunque en el pasado tuve también amantes masculinos, no he vuelto a tenerlos desde que estoy en esta época. Y aunque el recuerdo de haber follado con Samson parece extremadamente placentero, quiero pensar que fue debido a la magia biológica de Delilah. ¡Y además, Heracles elige sus propios compañeros de alcoba, no una bruja de senos firmes y enormes como sandías!

Detrás de mí, oí los suaves gemidos de mis "compañeras de alcoba" de aquella noche. Sabiendo cómo se sentía mi alma tras la humillación que me había infligido aquella pérfida mujer, mi hermana, la diosa del amor, me había preparado un alivio especial para hacerme olvidar los placeres artificiales y culpables de Delilah. En cama de aquel lujoso ático que Afrodita había elegido, yacían cinco mujeres, elegidas por ella misma entre las actrices y supermodelos más hermosas y atractivas que podían engendrar unos simples mortales. Y, como siempre, el talento de mi hermana para elegirlas según mis preferencias, según mis estado de ánimo, quedó de nuevo de manifiesto.

Mis ojos se deleitaron una vez más al recorrer sus hermosos cuerpos desnudos, sus magníficos senos, sus satisfechos coños rezumando con mi estéril semilla. Sus leves gemidos de satisfacción, sus bellos rostros congelados en una expresión de divino gozo, estimularon aún más mi virilidad en una erección que se volvía más dolorosa a cada segundo. Un grueso y duro garrote de cíclope de más de veinte centímetros de longitud, y sorprendentemente grueso, que crecía entre mis cinceladas ingles sobre un escroto con unos cojones de casi seis centímetros de diámetro. Era una erección dolorosa, pero placentera...y pura. Y, inadvertidamente, yo también gemí de gusto.

De repente, los ojos de una de aquellas mujeres se abrieron. Quizás había oído mi satisfacción, o sentido que mi musculoso cuerpo ya no acariciaba su tersa piel. Entonces me miró, y una expresión libidinosa apareció en su cara. Sus expresivos ojos devoraron mis casi dos metros de estatura y ciento cuarenta kilos de puro músculo, deleitándose con su tamaño y su perfección, tal y como, en una versión reducida, podía ver en cualquier estatua griega de mármol en cualquier museo. Un largo jadeo de gusto salió de sus labios cuando observó una vez más mi polla. Una polla que ya la había penetrado y llevado al orgasmo tres veces aquella noche...una polla que había chupado con avidez un par de veces aquella noche.

Entonces, despacio, tratando de no despertar a sus compañeras de lecho, se levantó de la cama y comenzó a dirigirse hacia mí, en la terraza. Era evidente que no quería compartirme con las otras...aunque yo tenía capacidad para complacerlas a todas ellas al mismo tiempo. Habría sido capaz de complacer a las cincuenta hijas de Tespio en la misma noche, pero quería gozar de la hospitalidad de Beocia durante más tiempo.

Toda la sensualidad que derrochaba ante las cámaras y sobre una alfombra roja, se había transmutado en una salvaje lujuria. En verdad, era mi actriz preferida, aunque no por sus dotes interpretativas, sino por su presencia física. No suelo ver mucho de esa especie de teatro de masas que los mortales llaman cine. Sus historias no están al nivel de los grandes de mi época, pero tenía que admitir que las muchas de las mujeres que actuaban en ellas tenían una belleza subyugante, algunas incluso superior a la de Elena de Troya. Y mientras veía como, paso a paso, se acercaba a mí con claras intenciones de obtener más sexo de un semidiós, mientras veía su desnudo pecho subir y bajar con su agitada respiración, haciendo bambolearse sus firmes tetas, pensé, con una sonrisa, que Paris habría arrojado sin dudar a Elena a los aqueos desde las Puertas Esceas y se habría quedado con ella.

Ninguno de los dos dijo nada. Ella jadeaba de placer mientras sus manos acariciaban una vez más los excepcionales músculos de mis hombros, mis enormes bíceps. La dejé hacer mientras acercaba su rostro a mis enormes y desarrollados pectorales y comenzaba a besarlos y lamerlos con avidez. Gruñí de placer, sintiendo mi polla a punto de explotar. Pero fui paciente. Poco a poco, su atención se centró en mis cincelados abdominales, profundos, desarrollados y duros como el acero. Fue entonces cuando coloque mis manos sobre su cabeza, acariciando su sedosa melena, guiándola, gentilmente, más abajo de mi recio abdomen. En realidad, eso era lo que había estado buscando. Era eso lo que ella quería.

Poniéndose finalmente de rodillas, sus suaves dedos se deslizaron entre mis muslos, haciendo que mi descomunal virilidad se agitara con más fuerza si cabe. Mientras sus dedos se aferraban suavemente a mi gran verga, ella agachó su cabeza aún más, comenzando lamer y chupar mis pelotas con toda la lujuria que sus labios y su lengua eran capaces.

Un gemido de puro placer escapó de mi boca. En verdad, ella era toda una profesional en el arte de practicar mamadas. "Una experta con toda una larga experiencia en chupar pollas y que sin duda, había empleado para llegar a lo más alto de su profesión", pensé con malicia y sin ningún conocimiento. Pero era así. Ninguna de las innumerables mujeres que habían disfrutado de mi lecho mis placeres, había sido capaz de hacerme felaciones como las que ella me había hecho aquella noche. Y mientras sus dedos acariciaban dulcemente mi goteante y excitado glande, mi musculosos cuerpo se estremeció de placer. Liberando mis cojones de su boca, me sonrió, mirándome con una expresión de salvaje lascivia en sus ojos. Aquella ramera sabía que ya estaba preparado para su segundo acto.."Mírame a los ojos...".-Susurró, clavando los suyos en los míos...unos bellos ojos hipnóticos.

La miré y sonreí de deseo mientras sus dedos guiaban mi masivo miembro viril hasta su boca, donde sus labios empezaron a chupar suavemente mi glande. Sus manos, libres de su carga, se plantaron en mi culo, y sus dedos comenzaron a manosear mis rocosos glúteos.

Como dije, era toda una experta. No solo usaba su boca y su lengua para hacerme aquella divina mamada. Parecía que todo su cuerpo de movilizaba para ella. Lengüetazo a lengüetazo, chupada tras chupada, mi polla entraba más y más dentro de su boca. Y entonces la volvía a sacar mientras su lengua jugaba con ella...y vuelta a empezar, adaptando su ritmo a los estremecimientos que recorrían mi cuerpo desde mi virilidad. Sus manos empujaban mi pelvis con aquel mismo sensual ritmo mientras su cabeza se alejaba y acercaba a mis genitales. Y yo acariciaba su cabello. Y ella me miraba con lujuria a los ojos, esperando ver en mis ojos el momento en el que su boca, tras someter finalmente mi virilidad, haría caer mi voluntad en su poder.

Pero, como en las dos veces anteriores, aunque consiguiera llevarme al orgasmo, mi voluntad no caería sometida ante ella. Yo era el dominante, y no iba a conseguir que fuera el sumiso, a pesar de lo magnifica que eran sus mamadas. Mi polla se estremecía dentro de su boca, rezumando semen. Ya había controlado por bastante tiempo mi orgasmo. Ya casi era hora de hacerlo explotar dentro de su boca, cuando, detrás de ella, oí unas voces....unas voces melodiosas, suaves, sensuales, pero marcadas por una madurez de eones.

"Oh, noble Heracles. Sentimos importunarte en tan íntimo momento, pero el destino requiere de tu intervención.".-Tres voces femeninas dijeron al unísono.

Admito que me sorprendieron. Siempre lo hacían. No había nada pero, en el instante siguiente, en silencio, sin un espectáculo de energías místicas que la precedieran, ellas estaban allí. Y también a mi feladora, que liberó su boca de mi polla...en el peor momento posible. Mi orgasmo la sorprendió, y un gran chorro de mi viscoso, cálido y denso semen salió proyectado con fuerza hacia su cara, cubriéndola y salpicando el resto de su torso y mis recios muslos. Dos chorros más de mi semilla golpearon su cara y su pecho antes de que, asustada por las recién llegadas, huyera despavorida al interior del ático.

"Entre vuestros dones no se encuentra el don de la oportunidad, pero siempre sois bien recibidas, mis señoras.".-Dije con evidente fastidio mientras mi falo escupía más de mi semen hacia ellas, pero gracias a su intangibilidad, permanecieron incólumes.

"Las Parcas nunca somos invitadas...aparecemos cuando el destino lo requiere, noble Heracles. Y este es uno de esos momentos.".-Replicaron las tres mujeres al unísono.

Miré a aquellas tres presencias incorpóreas, bañadas en una tenue luz azulada. Vestidas con unas túnicas blancas etéreas y prácticamente transparentes que dejaban poco a la imaginación, las hilanderas del destino, Cloto, Laquesis y Átropos, se acercaron flotando hacia mí cuando mi enorme virilidad cesó en su actividad. Aunque eran mujeres, ignoraron mi desnudez y mi arrolladora masculinidad. Estaban muy por encima de los vicios y virtudes humanas, incluso divinas. Sin embargo, yo no podía dejar de atisbar sus sensuales atributos femeninos, aún viniendo de entidades que ya eran ancianas cuando empezó el tiempo.

"¿Y qué puede hacer el gran Heracles por el destino, nobles Parcas?".-Pregunté, empezando a ser consciente de que la aparición de las Parcas solo tenía un significado. Problemas. La clase de problemas que solo un semidiós como yo podía resolver. La clase de problemas por los que Padre me había traído de nuevo a la vida.

"Los mortales han interferido en el flujo del destino.".-Dijo Cloto.

"Los mortales interfieren en el flujo del destino.".-Dijo Laquesis.

"Los mortales interferirán en el flujo del destino.".-Dijo Átropos.

"Todo lo que ha sido, es y será está en peligro. Debes preservar lo que fue, lo que es, y lo que será. Debes preservar las hebras del destino.".-Dijeron al unísono.

Con un gesto de su mano, Laquesis invocó una tenue nube de energía que flotó hasta mi cabeza, hundiéndose suavemente en mi cerebro. Sentí un leve mareo ante tal intrusión de energía divina directamente en mi cráneo, pero, en un instante, supe todo el porqué el destino estaba tan preocupado. Yo mismo sentí un estremecimiento. "¿Cómo era posible que los mortales pudieran ser tan estúpidos?.

"Comprendo vuestros temores y los del destino, nobles Parcas. Me pondré en camino de inmediato.".-Asentí con una reverencia a aquellas intangibles entidades encargadas de mantener firmemente sujetos los hilos de la historia, de cada ser nacido y no nacido de la creación. Ellas asintieron a su vez con una sonrisa y, tal como aparecieron, simplemente se desvanecieron en el aire. Sin un ruido. Como si nunca hubieran estado allí. Incluso yo lo dudaba.

Miré al interior de ático, donde cuatro mujeres aún dormían, agotadas por el placer que les había dado un semidiós. La quinta, supuse que se había escondido en el baño, aterrorizada, cubierta por el semen de un semidiós. No importaba. Afrodita se encargaría de ellas. Tal y como había preparado este ático oculto a los ojos del resto de mortales y me había traído a algunas de las mujeres que yo consideraba más atractivas y follables entre las mortales, las devolvería a sus moradas. Con su poder, haría que recordarían su experiencia con el gran Heracles como un agradable y placentero sueño húmedo. Aunque supuse que mi actriz favorita no lo recordaría de un modo tan placentero. Pensé que quizás, algún día, tendría que hacerle una visita más personal. Algún día.

Aunque hubiera deseado seguir fornicando con aquellas hembras mortales, debía irme de inmediato. Me vestí con mi calzón, botas y brazaletes forzados por el propio Hefestos, y me dispuse a irme, Pero antes, me arrodille y sinceramente, di gracias a Afrodita por el favor que me había dispensado aquella noche, al ayudarme a difuminar el recuerdo de Delilah de mi mente. Aunque era mi hermana, también era una diosa. Y le debía respeto. La ofrenda tendría que esperar. Y, debido a las circunstancias, seguro que Afrodita lo comprendería.

Entonces, invocando mentalmente mis discos de vuelo, partí en medio de la noche hacia la cuenca del Amazonas.

¿Qué encontraré en la cuenca del Rio Amazonas que amenaza al destino?

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