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Chapter 9 by Delamugre Delamugre

¿A quien elije Pelayo como sus primeros discipulos?

A los jóvenes deportistas de la playa

Pelayo sabia que en el mundo moderno, la imagen era clave. Por ello, el pecador escogió a un grupo de amigos jóvenes que solían jugar a baloncesto cerca de su seminario. Eran jóvenes, no mas de 20 años, y parecían comprometidos con su afición, pues quedaban religiosamente todos los jueves por la tarde. Hoy era jueves, justamente. Pero Pelayo no pensó que fuera coincidencia si no señal divina de que su misión evangélica era la correcta. Cuando llegó y los vio en el partido amateur, todos sin camiseta, supo que serian la mejor publicidad.

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A esas horas de la tarde, los únicos que se encontraban por ahí eran los jugadores de baloncesto. Pelayo se acercó con seguridad, pues su fe nunca flaqueaba, y colocó sobre uno de los laterales del campo el sexeón. Entonces, poniéndose de rodillas, comenzó a orarle.

"Adorado Sexeón, tu que llegaste de los cielos. Danos tu gracia y abre las mentes y anos de aquellos que desean servir a dios a través del amor físico. Danos penes duros y bocas dispuestas y te prometemos numerosas eyaculaciones"

Tras rezar, Pelayo echo un vistazo al muñeco, y casi intuyo que el sexeón brillaba ligeramente. Lo que si tuvo un cambio drástico fueron los jóvenes jugadores, que sin mediar palabra se lanzaron a comerse la boca del mas cercano como si necesitaran la saliva del otro para seguir viviendo. Las pollas de los deportistas se marcaban claramente bajo los pantalones cortos. Algunas incluso, sobresalían por encima de la cintura. La excitación aumentó, y pronto los chavales empezaron a sacarse las pollas unos a otros y a comenzar a masturbarse mientras se besaban.

Pelayo, asustado que sus primeros discípulos fueran a ser encarcelados por desordenes públicos, se acercó al grupo.

-¿Alguien vive por aquí cerca?-preguntó el pecador, mientras uno de los jugadores se ponía de rodillas con intención de hacerle una felación- si no nos vamos de aquí puede que nos detengan.

La amenaza de separar esos cuerpos que tanto se atraían entre si dio algo de lucidez a los jóvenes. Uno de ellos saco su lengua de la boca de otro y dijo:

-Mi casa está muy cerca, y mis padres no están. Vamos allí.

Los jugadores corrieron, literalmente, hacia la casa. Pelayo, que nunca había sido buen deportista, apenas pudo alcanzarlos. Por suerte, la casa era la única de la calle cuya puerta se había quedado abierta.

Al entrar, la orgia ya había empezado. Los jugadores se distribuyeron por toda la casa en parejas o tríos, y se volcaron en el acto de dar placer y recibirlo. Pelayo se sentó con tranquilidad en uno de los sofás mientras veía a dos de los jóvenes pelearse por comerse la gran polla de un tercero.

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En otra parte de la casa, Pelayo escucho los característicos sonidos de succión de trasero que bien había aprendido esos días en el seminario. Allí, un joven y bronceado jugador era desvirgado analmente por otro, mientras no paraba de comerle la polla a otro enfrente suyo. En las escaleras hacia el primer piso, un alto jugador era también desvirgado por otro de menor tamaño. Mientras iba de grupo en grupo de jóvenes, Pelayo iba contándoles lo que les sucedía. Les hablaba del don del amor sexual entre hombres. Del placer absoluto otorgado por el sexeón.

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El sonido de unas llaves abriendo la puerta alerto a Pelayo.

-¿Quien es?-preguntó el pecador

-Creo que es mi hermano-dijo el joven de la casa, mientras se sacaba una polla de su boca- no me acordaba que venia con unos amigos a ver el partido en la tele.

Velozmente, Pelayo colocó con veneración el sexeón encima de la mesa de la entrada y comenzó a orar. El nuevo grupo de jóvenes se sorprendió al principio al ver a un desconocido rezando de rodillas en el pasillo de la entrada, pero enseguida los efectos afrodisiacos del juguete afectaron a los cinco amigos y , atraídos por los gemidos, se internaron en la casa y comenzaron a desnudarse.

Cuando Pelayo se acercó al salón principal, todos los jóvenes se habían reunido y la orgia estaba en pleno auge. Uno de los recién llegados se aproximo a él y comenzó a desnudarlo, por lo que pronto estuvo sentado en el sofá, mientras ese chaval botaba sobre su polla, ensanchándole el culo sin estrenar. No era el único. Sobre un mueble, el hermano recién llegado era apasionadamente desvirgado por su otro hermano, mientras a su alrededor solo se escuchaban gemidos de placer.

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Tras mas de una hora de intenso sexo, donde todos los culos de los presentes fueron penetrados y donde el esperma salpicaba la piel bronceada de los jóvenes, la orgia se detuvo. Fue en ese momento en que, mientras los amantes descansaban exhaustos sobre el suelo, Pelayo emergió entre ellos, y, con voz grave y confianza, comenzó a predicar.

Los jóvenes aceptaron de rodillas las palabras de su salvador ¿Cómo podían haber vivido sin algo como lo sucedido aquel día? Le prometieron reunirse de nuevo en torno al sexeón, y orar juntos ( y luego follar). Pelayo había conseguido a sus apóstoles.

Siguiente paso

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