Marianna la Destructora

Tres meses habían pasado desde que la princesa Marianna y su compañero el bárbaro sin nombre habían expulsado, una vez más, al malvado hechicero Drax del plano físico. Tras separarse nuevamente del musculoso, pero algo estúpido guerrero, la voluptuosa princesa se dirigió a los desiertos del sur siguiendo la pista de su malvada hermana gemela Arianna, la cual, con el fin de convertirse en la única heredera al trono de Tanighar, la había entregado al diabólico hechicero Drax para que fuera sacrificada. Eso había sido llevar la rivalidad familiar demasiado lejos.

Rescatada por el bárbaro sin nombre, viajaron un tiempo juntos deshaciendo los planes de Drax para conquistar el mundo físico con sus hordas de demonios, íncubos, súcubos, muertos vivientes y demás escoria sobrenatural. Al final, su decapitado cuerpo había huido, pateando su cabeza, a través de un portal dimensional hacía su dimensión demoniaca. Hace tres meses.

Ahora. La princesa Marianna camina por la polvorienta calle principal de Annun, una pequeña ciudad en el borde del gran desierto del sur. Aunque cubierta de polvo por el viaje escoltando una pequeña caravana comercial, multitud de ojos se vuelven para observar con lujuria la impresionante princesa guerrera que se cruza en su camino. No son solo su metro noventa de estatura y complexión atlética lo que atrae las miradas de los lugareños y viajantes…no es solo su melena pelirroja cayendo sobre sus torneados hombros como una cascada de fuego lo que admiran sus ojos…no es solo su poderosa espada larga, envainada a su espalda lo que excita su imaginación…no es solo su gran busto y atrayente entrepierna, escasamente cubierto por un sujetador y cinturón de escamas de acero lo que excita sus miembros viriles….sino todo el conjunto, el cual irradia un aura de confianza, fuerza y seducción abrumadoras, pocas veces vistas y sentidas por los habitantes de aquel polvoriento lugar dejado de la mano de los dioses

Incluso con el ardiente sol casi poniéndose en el horizonte, el calor es abrumador a lo largo de la calle, flanqueada por los edificios construidos en adobe rojizo. El sudor corre por su voluptuoso y casi desnudo cuerpo, dejando regueros de suciedad a lo largo de su bronceada piel cubierta del rojo polvo del desierto. Pero aunque el calor pesa como una losa sobre su cabeza, el ritmo de su poderosas zancadas no disminuye lo más mínimo. La mayoría de hombres, mujeres e incluso bestias se apartan del camino de Marianna, cuyos enormes pechos botan en su pecho a cada paso de sus largas y esculturales piernas, protegidas por un par de botas tachonadas. Algunos, los más osados, se apartan lo justo para sentir, cerca de ellos, la sensualidad de su carne y atisbar lo que oculta su minúscula armadura. Su destino, la tienda de Harak Sun, un alquimista que podría tener información sobre el paradero de su pérfida hermana.

De repente, la voluptuosa pelirroja siente un ligero tirón en su cintura.-“¡Mi bolsa de monedas!”.- Piensa sorprendida Marianna. Aunque su instinto la hace alargar su mano rápidamente hacia su cintura con la esperanza de agarrar la mano del ladrón, éste es aún más rápido que su mano. Sin embargo, sus agudos ojos verdes consiguen ver al pequeño ladrón, escabulléndose entre el gentío en dirección a un pequeño callejón entre dos decrépitos edificios de adobe.