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Chapter 2 by Zolrath Zolrath

¿Cómo decide Daniela inaugurar su mandato en Cindhall?

Seducción calculada

La piedra fría del castillo resonaba bajo los pasos de Daniela mientras recorría los corredores vacíos. Apenas hacía unas horas que el solemne funeral de su padre había concluido, y aunque el silencio se había instalado en las estancias, en su interior una tormenta apenas contenida comenzaba a arremeter.

La figura del barón Alric, su padre, todavía parecía flotar en los rincones del castillo, en las miradas de sus soldados y súbditos. Gobernó con justicia, sí, pero con una mano mal administradora. Ahora el legado caía sobre ella: un título pesado, tierras pobres, y un puñado de viejos que se aferraban a una lealtad más sentimental que real.

En su habitación, frente a la chimenea moribunda, Daniela sostuvo en sus manos la carta que le confirmaba su nombramiento como baronesa. El papel estaba arrugado por las lágrimas que no se había permitido derramar. Sabía que si quería sobrevivir, y que su reinado perdurara, debía ser más astuta y más dura que su padre.

El castillo necesitaba soldados, comida, dinero y sobre todo, poder. Poder que debía conseguir con lo que tenía: una reputación incipiente, un apellido, y sobre todo, su propia presencia.

Pensó en las pocas opciones que le quedaban. Los soldados a su cargo eran fieles, pero insuficientes. Los subditos, más de doce, ya eran ancianos o demasiado débiles para trabajos duros. Necesitaba reforzar sus fuerzas de manera inmediata.

Por eso, decidió salir hacia la aldea vecina, hacia el hombre que comerciaba en sombras: el mercader de esclavos. No porque quisiera ceder su alma, sino porque sabía que, en aquel mundo frío y brutal, a veces era necesario jugar con las reglas de la oscuridad para sobrevivir.

Montó su caballo, el frío de la noche calando en sus huesos, pero su corazón firme y desafiante. Su largo cabello negro ondeaba como una bandera oscura mientras cabalgaba, con los ojos brillantes como dos carbones encendidos, decidida a negociar su futuro sin perder lo más valioso que poseía: su libertad y su virginidad.

Al llegar a la choza del mercader, la luz tenue de una vela dibujaba sombras sobre su rostro astuto. Él la recibió con una mezcla de sorpresa y codicia, pero Daniela no era fácil de leer. Con una sonrisa calculada, y sin bajar la guardia, empezó a tejer un juego de palabras y gestos que dejaron claro que ella tenía la sartén por el mango.

Coqueteó lo justo, sin entregarse, usando su belleza como una daga silenciosa para abrir puertas y cerrar tratos. Tras horas de negociación, consiguió lo que buscaba: un esclavo nuevo, fuerte y obediente, que aportaría mano de obra para su castillo.

Sin embargo, a su regreso, la noticia de la llegada del esclavo se esparció rápidamente entre sus subditos. Muchos vieron disgusto y murmullos de desaprobación. Recordaban bien las palabras de su padre, quien jamás logró esa práctica en sus tierras. La sombra de la duda y la desconfianza comenzó a crecer, poniendo en jaque la estabilidad que Daniela buscaba.

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