Mi amor de infancia

Martin se quedó inmóvil dentro del saltarín, un aparato que, aunque divertido para los niños pequeños, se sintió como una prisión para él en ese momento. El sonido de la puerta abriéndose le heló la sangre, y luego vino la voz de su madre, cálida como siempre, pero con un tono que él no alcanzaba a descifrar. La conversación entre ella y la visita se hizo más clara.

"Anita, qué sorpresa verte por aquí", dijo su madre con una risueña cordialidad.

Martin sintió cómo su estómago se retorcía. Anita... la chica que había sido el centro de sus pensamientos durante años. La que siempre había sido tan inalcanzable, tan perfecta a sus ojos. La que ni siquiera sabía que él existía. Y ahora, ahí estaba ella, en su propia casa, mientras él, desnudo, atrapado en un saltarín infantil, escuchaba cómo su madre la recibía con una calidez que solo aumentaba su vergüenza.

"Sí, señora", respondió Anita con una risa suave, una que hacía que el corazón de Martin latiera más rápido, "venía a devolverle los apuntes que le pedí prestados".

Martin apretó los dientes. No podía creer lo que estaba sucediendo. Había intentado olvidar a Anita a lo largo de los años, seguir adelante con su vida, pero ahora, aquí en su propia casa, la situación se sentía como una burla. La conversación entre su madre y Anita continuaba sin que él pudiera intervenir. ¿Cómo podía salir de esto? ¿Cómo podía enfrentarla después de todo lo que había ocurrido?

Fue entonces cuando un pequeño sonido lo sacó de sus pensamientos: la voz de Anita se acercaba. Estaba caminando hacia la habitación donde Martin se encontraba atrapado. Con el corazón en la garganta, él intentó moverse, pero no pudo. Estaba demasiado bloqueado por la vergüenza y la incomodidad.

"¿Martin?" escuchó su nombre, dicho con una curiosidad que le hizo erizar la piel.

En ese momento, Martin entendió que el destino le estaba jugando a una broma cruel. Ahora tendría que enfrentarse a la chica de sus sueños, pero en las peores condiciones posibles.

"¿Martin?" repitió Anita, apareciendo en el umbral de la puerta. Su mirada se deslizó de él al saltarín y luego, finalmente, se detuvo en sus ojos.

El silencio entre ellos fue abrumador. Martin deseaba desaparecer, huir, pero sabía que tenía que decir algo.

"Anita... yo..." empezó, pero sus palabras no lograban salir con coherencia.