Humillacion

Martin estaba completamente paralizado, atrapado en el saltarín, su mente corriendo a mil por hora mientras escuchaba las risas de Anita resonando en sus oídos. Cada risa, cada comentario, parecía clavarse más hondo en su pecho. A medida que ella se acercaba, su mirada no solo se posó sobre él en su ridículo estado, sino que, para su horror, se detuvo en un lugar mucho más privado, mucho más sensible para él.

"Vaya, Martin, ¿así que esto es lo que te pasa cuando te quedas atrapado?" Anita dijo entre risas, cruzando los brazos con una sonrisa traviesa. "No sólo te quedaste atrapado, sino que parece que tu… ¿micropene también se quedó atrapado entre esas piernas?"

Martin sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. De alguna manera, las palabras de Anita, pronunciadas con una burla tan directa, hicieron que el suelo pareciera abrirse bajo sus pies. La risa de Anita no tenía ni el más mínimo intento de ser suave o comprensiva, simplemente era una risa cruel.

"¿Te crees que no lo noté, Martin?" Anita continuó, claramente disfrutando de la escena. "Es un saltarín para niños, pero tú, con ese cuerpo, ¿cómo esperas salir de ahí? Quizás también se quedó atrapado tu… ¿ya sabes?" Su tono se volvió aún más cargado de burla mientras hacía un gesto con la mano, indicando que algo no estaba a la altura de lo esperado.

Martin sentía que todo su cuerpo ardía, pero no de vergüenza, sino de rabia contenida. Quería desaparecer, que el piso lo tragara, que ella dejara de hablar de su cuerpo como si fuera una broma de mal gusto. Pero no podía, no podía dejar de escucharla.

"¿De verdad pensaste que nadie lo notaría? ¡Mírate!" Anita lanzó una última mirada a sus piernas y, al parecer, se dio cuenta de lo mucho que eso lo estaba afectando, porque su sonrisa se agrandó. "Es gracioso, Martin, porque no sé si es más ridículo que sigas atrapado en un saltarín o que te hagas tanto drama por algo tan… pequeño."

La mención de su "algo tan pequeño" hizo que Martin se sintiera como si alguien lo hubiera golpeado. Él siempre había sido consciente de su tamaño, siempre había tenido esa inseguridad clavada en el fondo de su mente. Pero ahora, frente a Anita, parecía que todo se había reducido a una burla pública de su mayor complejo.

"Anita, por favor…" murmuró, la voz rota por la angustia. No sabía cómo defenderse, cómo salir de esa situación. No podía creer que ella estuviera hablando de él de esa manera. "No hables de eso."

Pero Anita, con una sonrisa burlona, se acercó un paso más y, sin dejar de mirarlo, dijo en voz alta: "Vamos, Martin. No tienes que ponerte tan nervioso. Todos sabemos lo que pasa en estas situaciones. A veces, simplemente no hay manera de ocultarlo, ¿verdad?"

Martin, ahora completamente derrotado, se quedó sin palabras. La risa de Anita resonó en su cabeza como una condena. Lo que había sido una simple e incómoda situación se había convertido en un espectáculo para ella, una ocasión para hacerle ver lo **** que era, lo pequeño en todos los sentidos.

Y mientras su madre entraba al cuarto, preocupada por la escena, Martin solo deseaba que Anita se fuera, que dejara de hacerlo sentir tan insignificante. Pero antes de irse, Anita lanzó una última mirada de burla y dijo: "No te preocupes, Martin. A veces lo que más te avergüenza acaba siendo lo que mejor te define."

Cuando la puerta se cerró, Martin sintió una mezcla de vergüenza, frustración y rabia. Lo que había empezado como un incidente torpe, una pequeña aventura en el saltarín, se había convertido en una de las experiencias más humillantes de su vida. Y lo peor era que, en el fondo, sabía que las palabras de Anita no solo se quedarían en esa habitación. A partir de ese momento, esa burla, esa mención tan cruel, lo acompañarían en su mente, como una sombra difícil de sacar.