Marianna seduce al alquimista

Marianna sonríe al alquimista mientras sus ojos se tornan lujuriosos, mientras inhala profundamente, expandiendo sus pulmones al límite de su capacidad, empujando su enorme busto hacia los ojos del hombre.-“No tengo suficiente dinero para pagaros, maestro alquimista. Pero me doy cuenta que, quizás, haya otro modo de compensaros por vuestra valiosa información.”.-Dice seductoramente la princesa, mirando fijamente a los ojos del maestro Sun.

“En efecto, mi querida muchacha. Quizás haya otro modo de pagar por mis…conocimientos…”.-Responde extasiado el alquimista, indeciso sobre si mirar el profundo canal que crean las enormes tetazas de la guerrera pelirroja o la increíble y seductora mirada de lujuria en sus ojos verdes.

“Hablad pues, pero tened en cuenta que soy una princesa de Thanigar…no una vulgar concubina…”.-Susurra seductoramente Marianna, acercándose más y más al excitado maestro alquimista, cuya respiración se ha acelerado, mientras que su piel se ha cubierto de sudor.

“En...en absoluto…en absoluto sois vulg…vulgar, mi…mi señora…”.-Tartamudea el hombre, tratando de medir sus palabras.-“Simpl…simplemente pensaba…pesaba que…que ya que deberíais pasar…pasar aqui la noche…por La Ronda, quiero decir….desearía…me…gustaría…como…como pago que…que estuvierais….estuvierais desnuda…mi…mi señora”.-Logra finalmente decir el maestro Sun, estremeciéndose al pensar cómo será ver el cuerpo totalmente desnudo de la voluptuosa princesa guerrera.

Marianna se sorprende ante la petición del maestro alquimista. En verdad, la princesa no es una vulgar concubina, sino una hábil cortesana. Su educación como princesa, aparte del arte de las armas, aprendió el arte de la seducción plena de los monjes y monjas del templo de Khaju-raho…de la seducción y también del sexo. Y aquellos monjes, durante su educación, la explicaron que podría encontrar individuos que simplemente gozaran con la simple visión de sus cuerpos. Al parecer, el maestro Sun era uno de esos individuos.

“¿Solo…disfrutar de mi compañía, decís?”.-Pregunta la princesa con lujuria, acercándose aún más al alquimista, cuyos ojos finalmente han optado por centrarse en el enorme busto de la amazona.

“En…en efecto…”.-Masculla el hombre, hipnotizado por el abismo que las firmemente redondeadas tetazas de la amazona crean bajo su nariz.-“Satis…satisfaced mi…mi sentido de la vista durante…durante esta noche y…y os diré como…como encontrar a vuestra…vuestra hermana