Sigue interesado

Aquella noche, Lucía y yo acercamos a Sandra y a Clara a sus casas en nuestro coche y las chicas comentaron sobre Róber.

• Ha cambiado mucho –dijo Clara- Ahora está hasta follable.

Clara era la más promiscua del grupo y se había acostado con bastantes tíos.

• ¡Qué bruta eres, tía! –rio Sandra.

• No digas que no es verdad –se defendió Clara.

• Hombre, la verdad es que ha mejorado mucho –admitió Sandra.

• ¿Tú qué dices, Lucía? –preguntó Clara- Siempre estuvo loquito por ti.

• No me lo recuerdes –respondió mi mujer- No sabía cómo quitármelo de encima.

• Si hubiese estado como ahora a lo mejor no te lo habías quitado de encima –rio Clara.

• Chicas, ¡qué estoy aquí! –dije.

• No te preocupes, cari –Lucía me acarició el brazo- No tengo ningún interés en él.

• Pues yo sí –admitió Clara- Y creo que Tamara también. Habéis visto cómo se lo comía con los ojos. Como Rodrigo se descuide un poco, se la levanta.

• No digas tonterías, Clara –intervine- Rodrigo es el mejor amigo de Róber. Nunca le haría algo así.

Clara encogió los hombros como dando a entender que mi argumento no le convencía. En cualquier caso, llegamos a su casa y se bajó del coche, por lo que la conversación no dio más de sí.

Aquella noche, estábamos ya en la cama cuando el móvil de Lucía vibró sobre su mesilla. La sentí alargar la mano y mirarlo.

• Joder, mira –me dijo, enseñándome la pantalla.

Era un mensaje de Róber.

“Me ha encantado volver a verte, Lucía. Estás incluso mejor que en el Instituto. Sigo interesado en ti”

• No ha cambiado –suspiró Lucía- Sigue siendo igual de capullo.

• Ya veo –dije- ¿Le vas a responder?

• ¡Por supuesto!

“No sé cómo has conseguido mi teléfono, pero te ruego que no vuelvas a escribirme. El único hombre que me interesa es mi marido”

Róber no volvió a escribir a Lucía, aunque no dejó de tontear ocasionalmente con ella cuando quedábamos con el grupo.

Durante los siguientes meses le vimos liarse con al menos cinco chicas. Solían ser rollos de una noche, aunque a una la trajo varias veces. Se llamaba Rebeca. Era una chica mexicana, alta y un poco gordita, con los pechos grandes y un buen culo. Clara hizo bastantes buenas migas con ella, aunque tampoco le duró mucho.

Un día, tomando café en casa, Clara nos contó que, por lo que le había insinuado Rebeca, intuía que Róber era un tío bastante dominante y estaba familiarizado con las prácticas BDSM.

• ¿Qué es eso? –preguntó mi mujer.

• ¡Qué inocente eres, Lucía! –exclamó Clara- ¿Has leído “Cincuenta sombras de Grey”?

• No –respondió mi chica- pero he oído hablar de él.

• BDSM es el acrónimo de “Bondage, Discipline, Domination, Submission and SadoMasochism” –explicó Clara.

• ¿Y Róber practica esas cosas? –pregunté incrédulo.

• No lo sé al cien por cien –respondió Clara- pero por los comentarios de Rebeca, estoy casi segura de que sí. No digáis que no es morboso.

• ¡UFF! No sé qué decirte –opiné- para quien le gusten esas cosas, supongo que sí.

• A todas las mujeres nos ponen los hombres dominantes, ¿verdad, Lucía? –preguntó Clara.

• A mí no me líes –respondió mi mujer- A mí solo me gusta Adrián.