Intenta volver a casa

Laura, exhausta y temblorosa, se detuvo en la salida del parque, sus ojos buscando algún signo de persecución. El dron, como un testigo silencioso, seguía flotando en el aire, su cámara apuntando hacia ella. Laura se dio cuenta de que, en su estado actual, no había escapatoria del ojo mecánico de Melisa.

La calle adyacente, con sus coches y transeúntes, se extendía frente a ella, una ruta hacia la libertad o hacia una nueva humillación. Su mente, aún nublada por la emoción, luchaba por tomar una decisión. ¿Seguía corriendo, exponiéndose aún más, o buscaba ayuda y enfrentaba las consecuencias?

El viento frío cortaba su piel desnuda, haciendo que sus pezones se endurecieran aún más. Sus piernas, temblorosas y adoloridas, le suplicaban un descanso, pero su mente le recordaba que su ropa, su dignidad, y su libertad estaban en juego.

La gente en la calle, ajena a su drama personal, continuaba con sus vidas cotidianas. Algunos la miraban con curiosidad, otros con disgusto, pero nadie parecía reconocerla como la mujer desnuda del parque. Laura, en ese momento, era una figura anónima, una imagen de vergüenza y exposición en medio de la vida cotidiana de la ciudad.

El dron, como un recordatorio constante de su situación, seguía flotando sobre ella, capturando cada detalle de su desnudez y su huida. Laura, con una mezcla de miedo y determinación, tomó una decisión: seguiría corriendo, enfrentaría la vergüenza y el juicio de los demás, pero no se detendría hasta recuperar su ropa y su dignidad.

La calle adyacente al parque era un bullicio de actividad urbana, una mezcla de tiendas, restaurantes y transeúntes que iban y venían en sus rutinas diarias. Los coches circulaban lentamente, creando un constante zumbido de fondo, mientras los semáforos regulaban el flujo de vehículos y peatones.

Las aceras estaban llenas de vida: vendedores ambulantes ofrecían frutas frescas y flores coloridas, sus voces llamando la atención de los transeúntes. Los cafés al aire libre estaban llenos de clientes, disfrutando de un café o una bebida fría mientras observaban el ir y venir de la ciudad.

Los edificios, de diferentes alturas y estilos arquitectónicos, se elevaban a ambos lados de la calle, proporcionando una sensación de intimidad urbana. Las ventanas, algunas abiertas de par en par, dejaban escapar sonidos de la vida cotidiana: música, risas, y conversaciones animadas.

El aire estaba lleno de aromas: el olor a café recién hecho, la fragancia de las flores, y el aroma ahumado de los restaurantes de barbacoa. Los olores se mezclaban en una sinfonía urbana, una banda sonora para la vida en la ciudad.

Los transeúntes eran una mezcla de estilos y personalidades: ejecutivos apresurados con sus maletines, estudiantes con mochilas y auriculares, madres empujando cochecitos, y ancianos caminando lentamente, disfrutando del sol de la tarde. Cada uno tenía su propia historia, sus propios problemas y alegrías, ajenos a la dramática situación de Laura.

En medio de este escenario urbano, Laura, con su cuerpo desnudo y tembloroso, era una anomalía, una figura fuera de lugar, una imagen de vulnerabilidad y exposición en medio de la vida cotidiana de la ciudad.