Ella no se siente capaz de salir a la calle

Laura, con su cuerpo desnudo y su mente alerta, se convirtió en una observadora hiperconsciente de su entorno. Cada detalle de la calle, cada sonido y olor, se grababa en su memoria, una reacción instintiva a su situación ****.

Observó los rostros de los transeúntes, buscando alguna señal de reconocimiento o juicio. Los ojos curiosos, las sonrisas burlonas, y las miradas de desaprobación se grababan en su mente, una galería de reacciones a su exposición. Los niños, con su inocencia, la miraban con curiosidad, sus risas llenando el aire como una cruel burla a su situación.

Los sonidos de la ciudad eran una sinfonía caótica: el rugido de los motores, las bocinas de los coches, las risas y conversaciones de los transeúntes. Cada ruido era un recordatorio de su propia vulnerabilidad, de su desnudez en medio de la vida cotidiana.

Los olores se intensificaban con cada paso: el aroma a café recién hecho la tentaba, mientras que el olor ahumado de la barbacoa le hacía la boca agua. Los olores de la ciudad, una mezcla de vida y actividad, eran una distracción sensorial de su propia vergüenza.

Los edificios, con sus ventanas abiertas, revelaban fragmentos de vidas ajenas: una pareja discutiendo, un hombre tocando la guitarra, una madre cantando una nana a su bebé. Cada escena era una ventana a la intimidad de los demás, una vida normal de la que Laura se sentía excluida en ese momento.

Laura, abrumada por la intensidad de su entorno, se detuvo en seco, su mente hecha un caos de emociones y sensaciones. La idea de exponerse aún más en la calle era demasiado para soportar, y la seguridad relativa del parque, con sus árboles y matorrales, parecía una opción más atractiva.

Se dio la vuelta, sus pies descalzos golpeando el suelo frío, y comenzó a caminar de regreso al parque, sus ojos escaneando el entorno en busca de un lugar seguro para esconderse. Los transeúntes la miraban con curiosidad, sus rostros mostrando una mezcla de sorpresa y disgusto, pero ella ignoró sus miradas, su mente fija en encontrar un refugio.

El parque, con sus senderos y árboles, la recibió con una sensación de calma relativa. Los sonidos de la ciudad se atenuaron, reemplazados por el canto de los pájaros y el susurro del viento en las hojas. Los olores de la naturaleza, la tierra húmeda y las flores silvestres, la rodearon, proporcionando un consuelo sensorial a su agitada mente.

Encontró un matorral espeso, sus ramas proporcionando una cobertura parcial, y se agachó, su cuerpo desnudo mezclándose con la vegetación. El suelo, cubierto de hojas secas, crujía bajo su peso, proporcionando una banda sonora tranquilizadora a su huida.

Allí, escondida entre la naturaleza, Laura trató de calmar su mente, su cuerpo tembloroso y su dignidad herida. El parque, con su tranquilidad, era un refugio temporal, un lugar donde podía esconderse de la vergüenza y el juicio de la ciudad.