Marianna se esconde

Temblorosa y asustada, exhausta y aturdida, la princesa guerrera se da cuenta que es incapaz de enfrentarse a quien quiera que esté a punto de doblar la esquina. No puede sostener su poderosa pero pesada espada con sus cincelados brazos...¡Apenas es capaz de mantenerse en pie!. Torpemente, arrastrando sus desnudos pies, avergonzada por tener que huir de un enemigo, Marianna se mueve lo más rápidamente que su agotado cuerpo le permite a un estrecho y oscuro callejón lateral. Agotada por el esfuerzo, la princesa se derrumba en la oscuridad, escuchando como los gruñidos finalmente doblan la esquina.

En silencio, controlando sus jadeos, su miedo, la princesa espera. Los pasos y gruñidos están cada vez más cerca de su escondite. Sin embargo, por el ruido que realizan sus desconocidos oponente, parece que buscan algo. En ocasiones, golpean las puertas de las casas...en ocasiones, parecen olisquear sonoramente el aire de la noche.

Finalmente, tras varios minutos, una de las figuras pasa por delante de su escondite. Es una figura musculosa, masculina, vestida únicamente por un taparrabos, armado con una pesada maza metálica. Sin embargo, al volverse hacia el callejón, Marianna puede ver su rostro animalesco...su ojos inyectados en sangre...con una mirada de enloquecida lujuria en ellos. Afortunadamente, el hombre-animal no la ve, continuando su avance por la calle. Segundos después, su compañero aparece delante de ella, como una copia del primero.

De repente, un chillido, seguido de un frenético golpear de metal sobre madera puede ser oído. El segundo hombre-animal se abalanza en dirección a su compañero y nuevos golpes resuenan en la noche. Entonces, un ahogado chillido femenino, procedente del interior de la casa atacada, se une a la cacofonía de gruñidos y golpes. Es demasiado para la princesa guerrera. Avergonzada por esconderse, no es capaz de sustraerse a los gritos de pánico de la mujer. No puede aceptar la idea de que una inocente muera solo porque está demasiado asustada, demasiado cansada para intervenir.

Sobreponiéndose al miedo que el cántico le impone y el cansancio que la aplasta como la mano de un gigante, Marianna vuelve aponerse en pie, temblorosa, pero decidida, rogando a los dioses que ese nuevo arrebato de energía dure lo suficiente para detener a esas bestias o, al menos, morir luchando heroicamente.

Lentamente, la voluptuosa pelirroja abandona su escondite. Guiada por el atronador sonido de las mazas y los salvajes gruñidos, sus ojos se dirigen hacia las bestias. De espaldas a la princesa, totalmente concentrados en destrozar la puerta, algo que casi han conseguido, no se percatan como una tetona desnuda, armada con una espada de puro acero thanagariano, se aproxima a ellos.

Finalmente, pocos pasos de ellos, Marianna ruge de ira y rabia, abalanzándose violentamente sobre la espalda de los hombres-bestia. El ataque de la guerrera pelirroja es tan súbito que caen al suelo muertos antes siquiera de saber que están siendo atacados.

Jadeando pesadamente, exhausta nuevamente, Marianna cae de rodillas frente a los cadáveres de sus oponentes, agradeciendo a los dioses el hecho de que sus oponentes no llevaran armaduras y de la excelente calidad de su espada, dado que es consciente de que, en esta ocasión, sus cincelados y poderosos brazos no han estado a la altura de las circunstancias. Sus ojos se alzan justo para ver cómo, a través de la destrozada puerta, unos ojos femeninos la observan con curiosidad. Y a renglón seguido, la guerrera cae pesadamente al suelo, totalmente agotada, vacía.

Y mientras su mente se hunde en el olvido, siente como unas pequeñas manos la arrastran al interior de la casa.