A Jose Maria, el gordófobo

Jose Maria era un obseso del fitness. Desde pequeño había controlado su alimentación y su peso para poder ser como los héroes de la tele. Por desgracia, su genética solo le había permitido ser un chaval de 28 años delgado y fibrado, sin anchas espaldas ni grandes músculos.

Fue otro usuario del gimnasio quien le convirtió al sexeonismo. Tras una inesperada orgia en la sala de musculación, el creyente formó a Jose Maria sobre los principios de la religión de Pelayo, y a esté poco a poco quedo embelesado con la belleza de los cuerpos de los hombres que acudían a la sabana. Con sus músculos. Con sus anchas espaldas. No todos, claro está, pero para Jose Maria, follar con esos dioses griegos era lo más cerca de parecerse a ellos.

Pero algo se quebró cuando escucho el discurso del Sumo amante. Jose Maria sabía que el discurso estaba destinado a gente como él. Creyentes que solo se acostaban por el placer de intimar con algún tipo especifico de hombre. Miro a su lado y vio a los otros hombres, los que había reusado ni tocarlos. hombres a lo que les sobraba unas decenas de kilos, si no bastantes mas. Hombres gordos, cuyos músculos estaban totalmente escondidos bajo toneladas de grasa. Si quiera seguir dentro del sexeonismo, cosa que quería, tenia que abrirse a hombres menos atractivos. Debía de follar con gordos.

Había hombres que, a pesar de estar pasados de kilos, aun conservaban la forma de sus músculos. Uno de ellos era un amigo de su hermano, al que le habían llamado siempre de apodo Tonete. Un chaval de 23 año de casi dos metros y de carácter bonachón fue una incorporación perfecta al sexeonismo. El chico conectó con otros hombres, haciéndole sentir una sensación de comunidad como nunca había sentido. En cuanto a Jose Maria, descubrió que el follarse un culo gordo era bastante placentero. Solo el recuerdo de ver esos glúteos bamboleantes ponía dura la polla del creyente.

A partir de ahí, a Jose Maria no solo no le importo acostarse con chicos rellenitos, si no que los buscaba. Al dependiente de una tienda de ultramarinos, otro chaval de casi su edad pero de mayor peso que Tonete, fue el siguiente escogido para la manada del sexeonismo. El chaval, a pesar de tener 26 años, nunca había tenido sexo por que su peso le había creado una gran inseguridad. "¿Seria estúpido?, si estaba buenísimo"-pensaba Jose Maria mientras descubría que le encantaba comer los culos gordos, y sentirse atrapado entre sus carnes.

Al día siguiente no paraba de pensar en los culos enormes. ¿Quizá lo que le había atraído de los cuerpos musculosos al principio era eso, el tamaño? Un compañero del trabajo, de 41 años, tenia un exceso de peso que Jose Maria, tras lo que el llamo su segunda epifanía, le resultaba ahora delicioso. Una tarde en que los dos se quedaron solos, el sexeonista convirtió al gordo, y pudo por fin disfrutar de su comerle el culo el tiempo que el quiso.

Pronto follar y comer culos no era suficiente para Jose Maria, que quería sentir toda la carne de esos hombres sobre el. Quiera conectar con esas moles. Sentir que podía llegar a tener ese peso. Para ello decidió convertir a un vecino, otro hombre con necesidades de cariño. El gordo, de unos 42 años, era un padre de familia grande y muy peludo con ganas volver a sentirse especial. Y lo fue, follándole el culo a Jose Maria mientras le besaba la boca y sus tetazas llenas de vello acariciaban el cuerpo esbelto del sexeonista.

Encontrar cuerpos cada vez mas voluminosos fue una obsesión para Jose Maria. Quería devorarlos, casi masticarlos. Y ellos también lo querían. Puede que fueron heteros convertidos por el poder del sexeón, pero sentir que otros seres humanos deseaban los volvía increíblemente felices. Puede que el motivo de Jose Maria no fuera del todo altruista, pensaba este mientras le comía la polla a un obeso cincuentón que había convertido en una hamburguesería, pero el ganaba y sus amantes también