Deseos y Desastres: La Lámpara del Caos

Daniel Martínez era el epítome de un joven universitario en su mejor momento: atlético, con un cabello castaño que parecía resistirse al desorden, ojos color café que reflejaban una mezcla de inteligencia y agotamiento, y una piel trigueña que delataba sus horas bajo el sol. Con 1.80 m de altura y un físico trabajado, no era sorpresa que llamara la atención en el campus. Pero en ese momento, su atención estaba completamente enfocada en los apuntes esparcidos sobre su escritorio. Tenía un test importante en pocos días y necesitaba concentrarse.

El sonido de su teléfono vibrando contra la mesa lo sacó de su concentración. Era un mensaje de su mejor amigo de la infancia, Juan Rodríguez.

—"Dan, tienes que venir ya. No me lo vas a creer, pero esto es demasiado grande para explicarlo por mensaje".

Daniel arqueó una ceja. Conociendo a Juan, eso podía significar cualquier cosa, desde una teoría conspirativa hasta una confesión inesperada.

—"Puedo ir con María? Tengo planeado hacer algo con ella más tarde"—, respondió. Su novia, María López, llevaba meses insistiendo en conocer a Juan, pero los estudios y otras responsabilidades siempre lo habían impedido.

—"Está bien, nos vemos en un rato en mi apartamento. Pero prepárate, porque esto te va a volar la cabeza"—, confirmó Juan.

Tras un par de horas, Daniel llegó al apartamento de su amigo. Juan, como siempre, tenía una presencia peculiar. Con 1.85 m de altura, piel blanca, ojos azules y una complexión delgada, tenía una elegancia casi etérea. Su ropa ajustada y andrógina solo reforzaba su estilo femboy, y su actitud desenfadada lo hacía imposible de ignorar.

—"¡Dani! Pasa, pasa"—, dijo con una sonrisa traviesa.

Pocos minutos después, María tocó la puerta. Era una mujer de presencia fuerte y belleza natural, con una piel morena más oscura que la de Daniel, ojos café profundo y un cabello negro que caía en suaves ondas. Con su metro setenta de altura y su figura esbelta, era el tipo de persona que llamaba la atención sin siquiera intentarlo.

—"Juan, te presento a mi novia, María"—, dijo Daniel con orgullo en su voz.

—"Un gusto conocerte por fin"—, respondió María, extendiendo la mano con una sonrisa amable.

—"El placer es mío. Aunque lamento que haya tenido que ser en estas circunstancias para que por fin nos conociéramos. Pero créanme, si no lo ven con sus propios ojos, no lo creerían"—, dijo Juan con una emoción mal contenida en su voz.

Daniel cruzó los brazos, mirándolo con sospecha.

—"Juan, ¿qué es lo que tanto escondes? Me tienes un poco inquieto".

Juan tomó aire, dramatizando la pausa.

—"La versión corta: ayer fui a una tienda de magia y encontré esta lámpara mágica. Según el dueño, contiene un genio. Pero no cualquier genio, uno que concede deseos ilimitados"—, dijo, levantando el objeto en cuestión.

El problema era que la supuesta lámpara era un dildo dorado con detalles en negro.

—"Dime que no lo has frotado"—, murmuró Daniel con una expresión de puro escepticismo.

Juan rodó los ojos y, sin decir nada más, pasó la mano por la superficie del objeto. Un denso humo blanco salió disparado, llenando la habitación con un aroma a incienso y algo inexplicablemente eléctrico. Un estruendoso sonido, similar al retumbar de un trueno, sacudió el aire antes de que la figura de una mujer emergiera de la neblina.

Era alta, de piel azul brillante y cabello negro que caía en una cascada de ondas sedosas. Su atuendo, inspirado en las danzarinas árabes, resaltaba sus curvas y daba la impresión de que flotaba en el aire.

—"Sus deseos son mis órdenes, amo Juan"—, dijo con una voz que era tanto seductora como imponente.

Daniel y María quedaron boquiabiertos.

—"Chicos, les presento a Milena, la genio. Puede conceder todos los deseos a quien frote la lámpara, con solo decir 'deseo' seguido de lo que quieran pedir"—, anunció Juan con una satisfacción evidente.

María y Daniel intercambiaron miradas. El escepticismo inicial de Daniel estaba siendo ferozmente combatido por el espectáculo que acababan de presenciar, mientras que María parecía estar procesando las infinitas posibilidades.

—"Y bien, ¿alguna idea? ¿Quién será el primero en pedir su deseo?"—, preguntó Juan con una sonrisa.