La familia Cuenca Gavilán

Para Alberto Cuenca la familia siempre fue lo primero. Siempre había deseado una gran familia numerosa con una mujer que le cuidara y amara y unos hijos de los que estar orgulloso. Pero la vida no son los sueños que se uno proyecta en el futuro, son las realidades con las que después se enfrentan. Sus cuatro hijos, los dos últimos mellizos, apagaron toda vida sexual y sentimental de la pareja. Alberto cayo en lo que caen muchos hombres, teniendo varias amantes para escapar de la vida que había construido pero que no le llenaba. Su mujer los descubrió a la tercera aventura, y a los 47 años, se divorciaron. Sus hijos también sufrieron. Sus personalidades cambiaron, alejándose de Alberto y echándole la culpa como si les hubiera abandonado. El padre de familia entró en una fuerte depresión pues, si no era padre, ¿Qué era?

La solución le llego a través de un compañero de pádel, lo único que había conservado de su vida anterior. Un día tras una partida, bebiendo las cervezas para recuperar electrolitos, Alberto se liberó, contándole a su compañero de raqueta como se sentía. Este le escucho atentamente para, después, dejar sobre la mesa un colgante de un león engarzado a una cadena.

-Si te explicara todo, no me creerías. De hecho, casi me golpearías. Pero confía en mi. Muéstrale este colgante a tus hijos, preferiblemente de uno en uno, y luego lee estas oraciones...

-No soy muy religioso...-comenzó a decir Alberto.

-Confía en mi-le cortó su compañero- Simplemente haz lo que te digo y déjate llevar. ¿Qué puedes perder?

Esa ultima frase convenció al padre, que con reticencias, aceptó el colgante y el papel donde estaba escrita la oración.

Ese fin de semana le tocaba estar con sus hijos, y aunque estos no querían ver a su padre ni en pintura, consiguió casi con amenazas que pudiera acudir a su antigua casa con la excusa de que su madre debía de marcharse a ver a su familia. Alberto tocó el timbre, pues ya no tenia llaves y le abrió su primogénito, Vicente. El chico, de 26 años, le miro con una mueca de despreció que no intentó esconder. Siempre había sido su ojito derecho, el preferido de papa. Por eso el golpe de los escarceos de su padre fue como una traición no solo a su madre, si no a él mismo.

Sin decirle nada, dejó la puerta abierta y se marchó al comedor. Alberto intentó hablar con él, pero su hijo mayor no le prestó ni el mínimo interés. Entonces el padre saco de su bolsillo el colgante. Parecía que era su única opción, lo puso enfrente de la cara de Vicente y comenzó a leer el texto del papel, extrañado de las expresiones sexuales que había allí escritas.

Algo cambió en su hijo, que, ahora sí, fijo su mirada en su padre. Un calor repentino inundó el cuerpo de Vicente, llamándole a tener sexo con su padre, incitándole a bajarle los pantalones y comerle la polla.

Y eso hizo. No tuvo resistencia, pues su padre, que también estaba mirando el propio sexeón mientras leía la oración, también fue afectado por el poder del colgante. Así que no solo permitió que Vicente le mamara la polla, si no que además le cogió de la nuca y acompaño sus movimientos.

Alberto hizo caso al consejo de su amigo y se dejó llevar. Se desnudó y desnudó a su hijo mientras le besaba sin parar. Los dos estaban cachondos y deseaban al otro tanto físicamente como sentimentalmente. Ambos querían tocarse, querían besarse, querían estar juntos. Poco importó a los dos que el modo de perdonarse fuera a través de introducirse la polla. Lo hicieron con ternura, perforando Alberto el culo de su hijo por primera vez y, en ese momento, sabían que no sería la última. Estuvieron follando durante media hora y acabaron los dos desnudos sobre el sofá, abrazados.

-Te he echado de menos papa- le dijo Vicente.

-yo también hijo. Ya no me marcharé jamás.

Por mucho que estuviera a gusto al lado de su hijo mayor, Alberto sabía que debía continuar con el resto de sus hijos. Jesús era su hijo mediano. Siempre había sido el hijo rebelde, pero el divorció le había casi radicalizado. A sus 22 años había dejado los estudios, se había tatuado casi en exceso, tintado el pelo... Se había convertido en un punk contestón. Alberto quería que volviera a confiar en él, que aceptara de nuevo su autoridad para que no se autodestruyera.

Entró sin llamar y lo encontró escuchando música en sus auriculares a todo volumen. "por eso no había escuchado los gemidos en el otro lado de la casa"-pensó su padre, que con el colgante en la mano, comenzó a rezar al mismo momento en que Jesús le gritaba que hacia desnudo en su cuarto.

Sus gritos se detuvieron enseguida y sin mas preámbulos se pusieron a follar. Toda la ira del muchacho se convirtió en amor por su padre, mientras este usaba su cuerpo a placer. La mirada de devoción que Jesús lanzó a su padre mientras este le desvirgaba el culo lampiño casi hace que le salgan las lagrimas a Alberto.

-Te has portado muy mal Jesús, no quería pero tengo que castigarte-Le dijo el padre mientras le golpeaba la próstata al punk.

-Si Papa-le contestaba este, como podía, entre gemidos- castígame todos los días.

El sonido de la puerta de la casa sonó en el momento exacto en que Alberto eyaculaba sobre la cara del rebelde de su hijo mediano.

-Quédate aquí y espérame-le ordenó- aun no he acabado de regañarte.

Jesús asintió, agarrándose las piernas esperando que su culo vuelva a ser rellenado.

En el pasillo, Alberto se encontró a los mellizos, Juan y Santiago. Ambos parecían que venían del entrenamiento de tenis, pues iban con ropa deportiva y sudados. Siempre habían sido uña y carne, teniendo poco trato con el resto de sus hermanos, pero desde el divorcio, el cerramiento era tal que se habían refugiado entre los dos, siendo sus padres incapaces de entrar en ese caparazón de dolor.

"Pero eso iba a cambiar", pensó Alberto, que se dirigió hacia la entrada de la casa con decisión, desnudo, con la polla dura y con el sexeón entre sus manos.

En un momento, el padre tuvo a sus dos hijos de 19 años en su antigua cama, de rodillas, y peleándose por quien metía mas rabo de padre en su boca.

-No os peleéis, que sois hermanos-le decía cariñoso Alberto mientras acariciaba la cabeza de los mellizos- Hay polla suficiente para los dos. ¿notáis el sabor a culo de vuestros hermanos?

Luego llegó el momento de perder la virginidad. Hubo también una breve discusión por quien seria el primero, pero Alberto sentenció que no importaría, pues intentaría hacerlo a los dos a la vez. colocó a los mellizos boca arriba en la cama, y tras comerles bien el culo penetró primero el culo estrechito de Santiago para, tras unos segundos, hacerlo con el de juan. De esa forma, embistiendo primero a uno y luego a otro, contentó a sus dos hijos.

Aun así, ese ritmo no podía aguantarlo mucho tiempo, por lo que al final pudo dedicarse Alberto solo a uno de sus hijos menores jurándole al otro, eso si, que luego le tocaría su turno. Así que mientras le daba por el culo a uno de los mellizos, el otro le comía la polla o le follaba la boca.

-¡Chicos, venid aquí!- gritó Alberto, casi desfallecido después de eyacular en la boca abierta de los dos mellizos- ¡Reunión familiar!

Acudieron a la habitación tanto Vicente como Jesús, con sus pollas duras y expectantes, pues habían escuchado todo el polvo. Con un simple gesto, Alberto incorporó a los dos hermanos faltantes a la cama y comenzó una orgia familiar de casi dos horas.

Al siguiente partido, Alberto devolvió el sexeón a su compañero de pádel, agradecido del regalo que le había hecho. Este solo le explicó los principios del sexeonismo y Alberto escuchó interesado. Ese mismo jueves acudiría con sus hijos.