Cuchillo se lleva a Dana al piso de arriba

Cuchillo vió a Cerebro hacerle un gesto. Primero señaló a Dana, luego miró hacia arriba. El asiático no pudo evitar sonreír. Agarró a Dana del pelo, obligándola a levantarse y comenzó a caminar hacia las escaleras. Cerebro le detuvo.

-Llévate una de las cámaras.

Cuchillo asintió. Estaba tan ilusionado que olvidaba detalles importantes. Era un trabajo después de todo, y necesitaban pruebas de haberlo cumplido. La llamada de atención le gustó más aún. Significaba que tenía permiso para acabar con Dana. Se había divertido mucho violándola y humillándola, sobre todo porque siempre era mejor cuando se trataba de una policía. Sin embargo, él no dejaba de ser un psicópata sediento de sangre. No podía esperar a hundir el cuchillo en la piel suave, tersa, y blanca, de Dana.

Dana subió las escaleras despacio, intentando retrasarlo. A diferencia de sus amigas, sabía lo que les esperaba al final. Había intentado consolarse hasta el momento diciéndose que encontraría el momento de escapar. El tiempo corría y seguía atrapada.

Llegaron al piso de arriba, y luego al primer dormitorio del pasillo. No era el suyo. La ropa de Heidi aún estaba en su maleta. Si fuese el suyo habría una pistola cerca, aunque tampoco podría hacer mucho con las manos atadas a la espalda.
Nada más entrar en la habitación recibió un golpe en las corvas que la postró de rodillas en el suelo. El asesino cerró la puerta, buscó una mesilla donde colocar la cámara, y luego se situó ante ella. Con unos cuantos tirones arrancó por fín el camisón, revelando las sensuales formas del cuerpo de Dana. Notaba los ojos de aquel animal recorriendo su cuerpo, deleitándose con los pequeños pezones rosados, con la piel casi lechosa, con las pecas del rostro. Claro que no había admiración ni aprecio en esa mirada. Solo hambre.

Cuchillo volvió a agarrarla del pelo y la llevó hasta la pared contraria a la puerta. La inspectora comenzó a forcejear con energías renovadas, y se vió obligado a volver a ponerle el cuchillo en el cuello para poder controlarla. La obligó a inclinarse hacia delante hasta apoyar el rostro contra la pared, dejando a la vista la vagina y el ano. Ya la había sodomizado antes. Quería probar una violación más clásica antes de acabar con ella. No sin cierto esfuerzo consiguió penetrarla en unos cuantos golpes.

-¡Joder! - gritó - Las tortilleras sois las mejores

No podía creer lo estrecho que era ese coño a pesar de no estar tratando con una virgen. Empezó a bombear con fuerza y velocidad desde el principio. No buscaba un polvo largo, solo quería llegar al final, al climax, y justo en ese momento cortarle el cuello de lado a lado.

Dana lloraba mientras era penetrada salvajemente. Para ella, acostumbrada al tacto dulce y tierno de otras mujeres, esto era como si la estuviesen apuñalando. Claro que sabía que en unos instantes iban a apuñalarla de verdad. Tenía miedo. Varias veces contuvo el impulso de suplicar, no quería rebajarse tanto. Mientras estaba allí parada, balanceándose de alante atrás, notando sus pechos agitándose al aire, el sudor recorriendo todo su cuerpo, también contuvo el impulso de preguntar si iba a matarla. Por eso se quedó quieta mientras aquel grotesco pene invadía su pequeña vagina, enrojecida e irritada. También sintió la mano libre de su violador recorriendo casi todo el cuerpo. Intentó apartar la cabeza cuando Cuchillo se dobló un poco para lamerle primero el cuello, luego el lóbulo de las orejas, y al final las mejillas.
Sintió que el ritmo se aceleraba. Pensó que debían parecer un par de conejos en celo, él apresurándose por plantar la semilla, y ella sumisa, quieta, dejándose hacer.
Había conseguido soltar un poco las cuerdas, no lo suficiente. Este era el momento de hacer algo, pero no sabía si podía. Entonces escuchó las palabras de Cuchillo que bien podían tomarse como una sentencia.

-Suplica.

-¡¿Qué?!

-He dicho que supliques. Suplica que te siga follando. Dime que eres mi puta. Dime que eres una esclava de mi polla, y que vas a vivir solo para servirla. Di que no vales para nada más que para guardar mi semen. Ruégame que no te mate. Tal vez me lo piense