Dana suplica

Para Dana, las palabras de Cuchillo fueron como un golpe, incluso peor. Sabía que no podía fiarse de un asesino. Sabía que necesitaba luchar, defenderse. Sabía que prefería no darle el gusto de escucharla humillarse más aún. Sabía todo eso, pero sus convicciones eran cada vez menos férreas. La hoja del cuchillo, directamente en el cuello, comenzaba a hundirse más y más a medida que el asesino aumentaba su ritmo. Ese tiempo exacto tenía, hasta el orgasmo de su violador. La dolorosa penetración, el miedo, la urgencia, el cuchillo, acabaron por sumarse. Temblaba y era incapaz de reaccionar cómo era debido. Sus ojos se llenaron de lágrimas. No podía creer lo que estaba apunto de hacer. No lo creyó ni siquiera cuando empezó a escuchar su propia voz.

-Por favor, no me mates.

Casi era un susurro inaudible. Cuchillo le dió una fuerte palmada en el culo para espabilarla.

-Esfuérzate más, puta. Haz que me lo crea.

Dana casi se había hundido la primera vez. Había renunciado a todo su orgullo para esto, y hacía falta más. Cerro los ojos, negó un par de veces, y sintió las primeras gotas de sangre manando del cuello.

-¡No me mates!. Seré tu puta. Fóllame todo lo que quieras. Dame por el culo, deja que te la chupe. Quiero tu semen por todo mi cuerpo. Me portaré bien. ¡Por favor, no me mates!.

Cuchillo sonrió con satisfacción. Las suplicas eran justo lo que necesitaba para correrse. Había conseguido romper del todo a una mujer, una policía. Estaba en el paraiso.