Cometerás actos impuros

El sumo amante Pelayo se regodeo de sus seguidores, que juntos ya habían empezado a llamarse manada. Su numero había crecido a los casi mas de seiscientos miembros, distribuidos por cuatros sabanas. Los demás amantes, lideres de sus respectivas manadas en otras ciudades, aceptaban las ordenes también del Sumo amante, al que ya llamaban a veces, aunque Pelayo no le agradaba, mesías.

Por eso, siendo grabado en directo para todas las sabanas del sexeonismo, Pelayo mostro al mundo la pared con el nuevo mandamiento grabado: Cometerás actos impuros.

El discurso de después fue rápido. No había mucha explicación para el sexto mandamiento. El sexeonismo traba de conectar con el resto de hombres a través del sexo. Por eso los tabús y los remilgos de la sociedad no debían detener a un verdadero creyente. El único impedimento estaba en , claro esta, en el uso de la violencia. Pero el resto de practicas, si se usaban para unir a la humanidad, estaban del todo permitidas.

Esa "bula papal" del sumo amante del sexeonismo provocó una liberación mental para todos sus creyentes. No solo eran libres de practicar sus deseos mas perversos, si no que además, se les incitaba a ello.

Esa misma noche, se vieron a varias parejas de hombres teniendo sexo en publico. sin importar que fueran grabados. Parecía que era uno de los deseos mas recurrentes.

Otros, en cambio, comenzaron a explorar corrientes sexuales mas atrevidas como dos hermanos de Barcelona, convertidos hace un par de semanas, que comenzarón a practicar entre si BDSM, siendo el hermano menor el juguete sexual del mayor.

En Chicago, un joven sexeonista era conocido en los servicios de la estación de trenes por estar siempre preparado para que le mearan en la boca. Dos veces fue detenido, pero siempre volvía, orgulloso de al fin poder ser lo que siempre había soñado, un urinario humano.

Por desgracia, no todos sexeonistas entendieron correctamente el mandamiento, o puede que incluso lo pervirtieran conscientemente. Algunas manzanas podridas se reunían en grupos por la noche y, con la ayuda de algún sexeón, iban en caza de heteros aleatorios para convertirlos a la fuerza y follárselos en la oscuridad. Técnicamente, no usaban la violencia, pero el objetivo de ese acto sexual no era la comunión entre humanos si no el placer físico.

El caso mas grave que escucho Pelayo, y que hizo que se replanteara si se había equivocado, ocurrió en Milán. Un hombre, envidioso de uno de sus vecinos, fue convertido por uno de sus seguidores creyendo que el sexeonismo le salvaría de esa competición absurda y toxica. En cambio, el recién converso usó el poder del sexeón para, poco a poco, convertir en putillas sumisas y femeninas a los dos hijos de sus vecino para, después, usar el ídolo leonino para que su propio padre se los follara. Cuando Pelayo descubrió el caso, obligo a la manada de Milán a excomulgar al vengativo hombre, quitarle su sexeón y expulsarle para siempre de la manada.