Clara y Róber

Al final acabaron viniendo con nosotros tan solo Clara y Róber.

Nuestro chalet tiene un sótano amplio, que los anteriores propietarios habían acondicionado con una mesa de billar, una pantalla gigante de televisión y varios sofás. Lucía y yo no le habíamos metido aún mano y lo utilizábamos para celebrar cumpleaños y hacer, de vez en cuando, fiestas o reuniones con amigos.

• Bajad al sótano –les pedí nada más entrar en casa- que yo me encargo de preparar las copas. ¿Qué queréis tomar?

Lucía y Clara me pidieron Gin Tonic, mientras que Róber se decidió por un Jack Daniels con coca cola. Preparé tres Gin Tonic y el whiskey y los bajé al sótano.

Róber y Clara estaban sentados en uno de los sofás, mientras que mi mujer estaba apoyada en la mesa de billar. Estábamos todos bastante borrachos y Clara tonteaba abiertamente con Róber. Les entregué a cada uno sus copas y les pregunté si querían jugar una partida de billar. Tan solo Lucía dijo que sí, por lo que mi mujer y yo nos pusimos a jugar mientras los otros dos seguían a lo suyo.

Cuando llevábamos un rato jugando me sorprendió ver que Lucía estaba más pendiente de lo que pasaba en el sofá que de la partida que estaba jugando conmigo. Lo hacía con disimulo, pero, a pesar de las copas que llevaba encima, no me pasó desapercibido. Al principio pensé que era mero cotilleo, pero después me empecé a dar cuenta de que cada vez que tiraba de espaldas al sofá exageraba la postura, consiguiendo que su faldita tableada apenas cubriese su culo y dándole a Róber una visión increíble de sus bonitas piernas. Nuestro amigo no perdía detalle y él y Clara cuchicheaban al oído cada vez que Lucía se exhibía.

Cuando terminamos la partida de billar, que gané con facilidad, dado el poco interés de mi mujer, me ofrecí a ir a por otra ronda de bebidas. En lugar de eso, me escondí en el primer recodo de las escaleras, desde el que podía ver todo el sótano, en especial la zona donde estaba Lucía y nuestros dos amigos. Ellos, en cambio, no podían verme, debido a la oscuridad. Me quité los zapatos, por si tenía que subir sigilosamente y me agazapé a espiar. Tenía curiosidad por ver qué pasaba si yo no estaba presente. No tardé en descubrirlo.

• Róber –dijo Clara, entre risas- Creo que nuestra querida Lucía ha sido una colegiala muy traviesa.

Mi mujer se la quedó mirando desconcertada.

• No te hagas la tonta –siguió Clara- Los dos hemos visto cómo nos enseñabas las bragas sin ningún pudor.

• Yo… no… te equivocas… el billar –balbuceó Lucía, roja como un tomate.

• No te justifiques, cielo –rio Clara- A los dos nos ha encantado ver cómo te exhibías para Róber. ¿Estabas celosa de mí?

• Por supuesto que no –respondió mi mujer- ¿Por qué iba a estar celosa de ti?

• Chicas, ya basta –terció nuestro amigo- Dejad de pelearos y vamos a echar una partida de billar.

• Vale –dijo Lucía demasiado rápido, como queriendo cambiar de tema- Voy a ayudar a Adrián con las bebidas.

Sus palabras me pusieron en movimiento. Subí sigilosamente las escaleras y corrí a tumbarme en el sofá del salón. Sentí a mi mujer entrar en la cocina y después dirigirse al salón. Al verme dormido, suspiró y me tapó con una manta. La volví a oír en la cocina, preparando las copas, y después bajar al sótano. Esperé unos segundos y la seguí con sigilo volviendo a mi escondite en el recodo de las escaleras.

• ¿Dónde está, Adrián? –preguntó Róber.

• Se ha quedado dormido en el sofá –respondió Lucía, pasando las copas que había preparado para ambos y dando un trago de la suya.

• Bueno, pues entonces jugamos solo los tres –dijo nuestro amigo- Vosotras dos contra mí, ¿os parece?

• Vale –dijo Clara- ¿Qué apostamos?