A la antigua hermandad de la universidad

Pelayo no era estúpido. Sabia que para que sus enseñanzas fueran trasmitidas, necesitaría contactos. El pecador sabia donde encontrar un grupo de influentes jóvenes a los que convertir en sus apóstoles mediante el sexeón. Cuando estudio podología en la universidad privada, fue miembro de una fraternidad formada por los hijos de los empresarios y políticos de la ciudad. Esos jóvenes nuevas promesas serian los mejores portavoces de su sagrada verdad.

Entrar en ella no fue un problema, enseñar su viejo carnet fue suficiente. La fraternidad se ubicaba en un edificio cercano a la universidad. Este constaba además de salas comunes donde sus miembros se reunían para relacionarse entre ellos, algunas habitaciones en el piso superior. Pelayo se acerco a la sala comunal, donde un grupo de estudiantes de ese año veían en la televisión un partido. Colocó sin problemas el juguete infantil encima de una de las mesas y se puso de rodillas.

-¿Os importa que rece?-preguntó

Los chicos de su alrededor asintieron, divertidos, y le siguieron el juego. Entonces, el pecador comenzó a orar.

"Adorado Sexeón, tu que llegaste de los cielos. Danos tu gracia y abre las mentes y anos de aquellos que desean servir a dios a través del amor físico. Danos penes duros y bocas dispuestas y te prometemos numerosas eyaculaciones"

La cara de los chavales mudo de la diversión al asombró en menos de un segundo. Enseguida, los cinco estudiantes que estaban sentados en el sofá se sacaron sus pollas, que ya estaban duras y comenzaron a masturbarse. Poco a poco, y entre paja y paja, empezaron a denudarse. Tras unos minutos alguno incluso acabo corriéndose, abriendo la boca para recibir su propio esperma en su lengua.

Los jóvenes pasaron de darse placer a darlo, y pronto se lanzaron a devorar la polla del compañero del al lado. Los ruidos de sexo atrajeron a mas chicos de la fraternidad, por lo que Pelayo no dejo de rezar en ningún momento. El sexeón calentaba a los estudiantes al instante. Era entrar en la sala, ver a sus compañeros follando y contemplar el muñeco, que parecía casi brillar, y enseguida comenzar a desvestirse. Pelayo estaba tan absorto en sus rezo que cuando unos fuertes brazos le agarraron, se sorprendió al ver la escena que se desarrollaba a su alrededor. Los estudiantes, desnudos, habían montado una orgia entre ellos en la misma habitación. Pelayo lo observo todo con una sonrisa de suficiencia en sus labio mientras el estudiante que le había levantado del suelo, un chaval de unos 22 años grandullón y con panza, le desnudaba y le daba mordisquitos por su cuerpo. A la derecha, un estudiante con gafas de empollón comía dos pollas con verdadera ansia. A su izquierda, dos jóvenes atléticos desvirgaban a un tercero con gorra. Uno follándole el culo y otro la boca.

El sexo desenfrenado de lo jóvenes alrededor del sexeón pareció fortalecer su poder, aumentando su alcance y llegando a todos los rincones de la casa. Pelayo no pudo investigarlo, pues el estudiante grandullón empezó a penetrarle el ano, pero según los gemidos que provenían de la entrada, mas estudiantes estaban teniendo la epifanía. Calientes como perras, los jóvenes buscaban como locos una polla que comerse, un agujero que rellenar, un compañero que le desvirgara. Se organizaban en parejas, en tríos, e incluso en cuartetos. Si no encontraban a alguien libre, vagaban por los pasillo y escaleras hasta encontrar al siguiente amante.

La orgia duro casi dos horas. Casi sin fuerzas para predicar, Pelayo abrió los ojos rodeado de varios cuerpos desnudos a su alrededor. Aun así, todos le escucharon y aceptaron con devoción sus palabras. Para los estudiantes, heteros y de familias tradicionales, lo sucedido esa tarde solo podía ser obra de un milagro. Casi arrodillados ante Pelayo, le juraron que a aprtir de ese momento, pondrían sus culos y sus pollas al servicio de su nueva fe.