La profesora

Estaba caminando felizmente por el campus del internado, tenía unos libros en mis brazos y tarareaba un canción de Kim Cesarion mientras lo escuchaba por mis airpods.

Tenía que dirigirme a la clase de japones, era uno de los requisitos para seguir en el país y era obvio, como piensas estar en un lugar sin saber el idioma. Por suerte yo ya había estudiado mucho en mi adolescencia, si, era un patético nerd otaku.

Por suerte, la pubertad me hizo un favor, y pasé de ser un gusano a una mariposa. Esta bien, quizás yo no era un supermodelo, pero las mujeres japonesas me decían que era guapo y con eso me bastaba.

Finalmente llegué a un edificio, entré y busque el salón de clases, era el 3-B. Al entrar por la puerta, me encontré a mi hermosa y sexy profesora, Hinako Tanaka.

Ella era una mujer muy diferente al promedio femenino de japón, tenía unas tetas descomunalmente grandes, pero sobretodo, un gran culo carnoso.

Me di cuenta de que todavía no habían llegado mis demás compañeros de clase.

"Buenos días, Señorita Tanaka." Saludé.

"Oh John, tu sabes que puedes decirme Hinako." Dijo ella con su suave y madura voz.

Esta mujer siempre hacía que mi verga se levantara, por suerte mis boxers apretados ocultaban muy bien mi erección. La verdad es que no podía alejar mi vista de su enorme pecho.

"¿Sucede algo, John?" Preguntó ella inocentemente, sacándome de mi fantasía.

"No es nada, Señorita."

Ella empezó a sobarse el cuello, al parecer tenía una molestia. Se quejó débilmente.

"¿Durmió mal?" Me aproximé a su escritorio.

"Si, ¿puedes creerlo? A pesar de que duermo sola, pareciera que alguien se hubiese sentado en mi."

En ese momento, un foco se prendió, tuve una idea.

"Quizás... necesite un masaje." Le dije, poniéndome por su espalda.

"Oh John, no te preocupes por esta vieja, dentro de poco llegaran otros estudiantes." Trató de disuadirme.

"No se preocupe, parece tener mucho estrés, y además, usted es mi profesora favorita."

Eso la calmo.

"Bien, pero solo por esta vez." Se rindió Hinako.

Puse mis manos en sus hombros, empecé por su cuello, me acerqué un poco y pude oler su fragancia, era una mezcla de vainilla y lavanda.

Acaricié su cuello con delicadeza, bajé mis manos un poco tocando su clavícula, mis instintos me decían que debía agarrar esas tetas, pero un pequeño angelito en mi hombro derecho decía que aun no era el momento.

"Qué rico se siente, John. No sabía que eras un buen masajista." Confesó la profesora tetona con una voz de satisfacción.

—¡Oh por Dios! ¿Qué debo hacer? — Pensé al instante.