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Chapter 2 by KingAppleCider KingAppleCider

What's next?

Día 1 - MAÑANA

Marcelo Laaz (6:00 AM)

El sol estaba saliendo, y lo peor de todo es que era el primer día del último año escolar.

Acababa de sentarme sobre la cama, cuando escuché a mi madre llamarme desde la cocina, diciendo que debía alistarme y no perder el tiempo, puesto que vivíamos demasiado lejos del instituto.

Me consideraba un tipo responsable. Nunca había llegado tarde a ningún sitio y siempre tenía ánimos por marcar un ejemplo de lo que debía ser un buen estudiante. Hoy era diferente. Me encontraba mirando mi teléfono sin despegarme ni un momento.

Allí se proyectaba una foto; la mujer que amaba, sonriendo e irradiando una felicidad que de la cual, en secreto, y debido a una terrible circunstancia, no podía formar parte. Nicole, a quien consideraba como mi Eva, también le gustaba las Evas.

Mi mejor amiga…

A lo único que podía aspirar estando a su lado, eran a sus cálidos abrazos, bajo el amor incondicional de la amistad, y nada más.

—¡Marce!

Volví a escuchar a mi madre.

—¡Ya bajo!

Dejé el celular a un lado mientras me sacudía el cabello, y entonces divisé el uniforme que yacía planchado desde el día anterior, colgado en la parte exterior del armario; un conjunto de ropa estilizada que combinaba tonos rojos y blancos.

Darío Vieira (7:00 AM)

Mierda…

Me dolía la cabeza como si me hubiesen dado un martillazo. Ya había amanecido y aunque eran las siete de la mañana, seguía tirado en la cama.

No debí quedarme despierto hasta tarde.

La puerta del dormitorio se abrió de golpe. Se trataba del tipo que se hacía llamar “padrastro” en la comodidad de mi casa; mi santuario.

—¡Holgazán de mierda, despiértate de una vez que no pienso hacerte el desayuno!

El tipo había conocido a mi madre seis años atrás, cuando yo todavía era joven e inexperto, sin gracia y debajo de la sombra de quienes me jodían para verse superiores.

—Deja de hacerte la paja y muévete al colegio.

Había visto mi pantaloncillo, que estaba manchado de una sustancia seca y blanquecina.

—Es crema.

—Si, claro. Escúchame, hoy tu madre y yo tendremos una cena romántica, así que puedes demorarte todo lo que quieras.

—¿Piensas dejarme afuera hasta que terminen de culiar?

—Pues a menos que quieras escuchar sus gemidos…

—Por Dios, cierra la boca —dije, mientras tapaba mi rostro debido a la jaqueca—. Bien, estaré aquí a las cinco de la tarde.

Su nombre era Jeremy. Era un vividor, no tenía trabajo y como era algo joven, mi madre terminó usándolo como colágeno después de su separación, aunque de eso ya había pasado bastante tiempo, y odiaba el hecho de que debía hacer caso a sus estúpidas órdenes.

Obvio, yo no me consideraba un santo, pero sabía la clase de persona que era Jeremy. Lastima que mi mamá no.

—Ya, ahora lárgate. Quiero la casa sola.

—¿Al menos puedo despedirme de mi madre?

—Esta dormida, así que no.

Me alcé de hombros.

—Bueno —le dije—, solo vete.

—No antes de las cinco.

Jeremy abandonó la habitación. Mirando el techo, me pregunté que tan probable era conseguir una situación para deshacerme de su estúpida presencia. Luego vi la hora en el reloj que se hallaba en la mesita de noche.

—Más vale no llegar tarde.

Andy Sepúlveda (7:30 AM)

Mientras desayunaba, vi a mi madre ir de un lado para otro, como si estuviera guardando un secreto. Mi padre me dedicó una mirada por encima de su periódico, mas no se atrevió a hablar.

—¿Estás bien, ma? —le pregunté luego de acomodar mis anteojos.

Vivíamos en un barrio residencial; lujoso, dentro del estado de Maine, en un pueblo llamado “Lockwood”. Mi madre era oriunda del lugar, mientras que mi padre había tenido suerte de empezar un noviazgo con ella, puesto que en aquellos tiempo era un mero inmigrante y no sabía casi nada del idioma.

Sin embargo, fue él quien logró sacarnos adelante, después de emprender con un negocio de comida rápida ecuatoriana en el centro del condado.

—Hijo, lo siento… ¡No pudimos contratar a un chofer para que te lleve al colegio! —sollozó mi madre, y prosiguió—: ¡Nuestro bebé va a subirse en un autobús por primera vez en su vida!

Los músculos de mi cara se paralizaron... ¿En serio su preocupación se debía a tan burdo problema?

—Ma, soy un hombre. No te preocupes, estaré bien.

—¡No! ¡No está bien! —exclamó ella y vio a mi padre—. ¿No puedes llevarlo?

—Tiene que hacerse valer, mujer. A su edad yo ya estaba haciendo mis maletas para huir a este país.

Mi madre arrugó la cara ante su respuesta.

—¡Él no es tú!

—Ma, ya no me defiendas.

Mi padre tomó un sorbo de su café. Yo en cambio ya había terminado toda mi comida, y con el uniforme puesto, nada más me quedaba decir adiós… pero entonces, a mi madre se le ocurrió una idea.

—¡Ya sé! ¡Le escribiré a Braena! ¡Ella vive cerca de aquí y además es la directora del colegio!

Sin saberlo, un rubor apareció en mi rostro.

—¿Q-Qué? ¡No, claro que no! ¡Es vergonzoso ir en el carro de la directora! —argumenté, a la par que me levantaba de la mesa como un relámpago— ¡Y no porque sea tu vieja amiga significa que puedes usarla de esa manera!

Agarré la mochila que estaba tirada en un lugar del piso y me dispuse a salir de la casa. Había un gran tramo desde el comedor a la sala principal debido a la mansión que mi padre había comprado, y antes de irme, me tropecé con la criada.

—Lo siento, Fernanda.

Ella vestía como una mucama tradicional. Tenía una cabellera castaña bien larga y un flequillo bien acomodado. Era bella, sin duda; sus senos eran de un tamaño perfecto y sus curvas similares a las de una avispa. Su edad era mayor, mas no igual a la de mi madre.

Lo más atrayente a la vista era su peculiar nariz aguileña.

—No hay problema, joven Andy.

—Ten un buen día. —Me di la vuelta y abrí la puerta de entrada.

Mala suerte la mía al ver que había un carro estacionado al frente del porche.

—¡Justamente pasaba por aquí!

Escuché la voz de mi madre. Volteé la cabeza en dirección a una ventana, la que ocultaba el comedor. Allí estaba ella, con una sonrisa de miedo, luego una mano más grande la devolvió adentro.

—Mierda…

La ventana del automóvil descendió; era una Ford familiar de carrocería negra.

Al ponerme en marcha, vi el rostro de la mujer, tan apacible como siempre. Se trataba de una rubia de ojos azules cuyo cabello le llegaba hasta la espalda. Estaba uniformada con un atuendo de oficinista muy seductor, que rellenaba demasiado bien su cuerpo grueso.

—Buenos días, directora Williams —saludé, al entrar a la parte trasera del vehículo.

—Oh, cariño. No hace falta llamarme así, sabes que soy como tu tía.

Casi no había escuchado nada. Vi su boca moverse a través del retrovisor. Sus labios tenían una cantidad abrumadora de relleno y parecían que estaban a punto de explotar. A cualquiera le hubiera dado asco. A mi no.

—Dime Braena, como tu madre —dijo ella, antes de poner en marcha el vehículo.

Sus pómulos eran altos y muy en la parte inferior de aquel espejo que me permitía verla, podía observar su escote… y la tela de un encaje rosado.

—Gracias por llevarme… Braena.

Dereck Ballard (8:15 AM)

La mano de mi angelita era suave como el algodón. Su andar era prodigioso. A su lado, parecía un maniquí, porque todo lo vivaz estaba en ella; con sus ojos verdes, cachetes pecosos y cabello de fuego atado en dos coletas.

—¡Dereck, apúrate que estamos llegando tarde! ¡Nos van a cerrar la puerta!

Volví a la realidad.

Me hallaba corriendo al lado de mi novia, Lilly Jones, para llegar a tiempo a las puertas del Instituto Privado “San Hebereke”. No era común que llegáramos tarde, pero nos habíamos desviado del sendero para comer helado juntos, en una especie de bautizo de nuevo año.

Llevaba con ella tres primaveras seguidas. Nuestra relación era la más longeva de entre todas las parejas de nuestra promoción.

—¡No te preocupes, Lilly!

No obstante, la preocupación estaba justificada. Mientras corríamos al máximo, nos dimos cuenta de que no había ninguna persona de camino al colegio. Todo estaba desierto, y aunque me negaba a aceptarlo, sí, estábamos tan tarde como el mismísimo Internet Explorer en una búsqueda cualquiera.

Al llegar a la entrada, me alegré al ver que esta aún yacía abierta.

Sin embargo, hubo un problema al querer entrar.

—¡Alto ahí!

Un inspector nos detuvo en seco. Era aquel que, junto a mis amigos, llamábamos “Cucaracha Joe”, y su apellido era Floyd. Su apodo hacía alusión a su apariencia desgarbada, aunque también a su fama de corrupto, debido a los rumores de que se acostaba con ciertas estudiantes pertenecientes al grupo de porristas.

—¡Ustedes, están tarde!

Tenía ganas de decirle sus verdades; dejarlo en ridículo, algo como: ¿En serio, Sherlock? No me digas.

Mas su fama no era buena por tratar bien a los varones.

—Escuche, solo pónganos en el parte disciplinario —le dije, tras dejar de tomar la mano de mi novia para encararlo.

—No tan rápido, chico.

Posó su mano gorda en mi pecho, mientras me apartaba para hablarle a Lilly.

—Nombre y apellido; su curso también. —De su bolsillo sacó una libreta y un bolígrafo azul.

En lo que Joe interrogaba a mi pareja, me di cuenta de que la puerta seguía abierta. Una señal con la vista me bastó para hacerle comprender a Lilly que tenía que correr.

—¡Inspector Floyd, no tiene porqué alarmarse! —exclamé con voz airada al mismo tiempo que rodeaba su cuello casi inexistente—. ¡Apenas es el primer día de clases!

Como una estrella fugaz y aprovechando la distracción, la pelirroja huyó de la escena. Esto me iba a traer problemas.

—¡Estúpido adolescente, esto lo pagarás caro! —gritó Cucaracha Joe luego de alejarme con un fuerte empujón—. ¡Y si crees que esa noviecita tuya se salvó, estás muy equivocado!

—Oiga, solo trató de llegar a tiempo.

—¡A mí no me venga a hablar así! ¡Irrespetuoso! ¡Zángano!

—Por Dios…

—Esto se lo voy a hacer llegar a la directora —aseguró, y susurró a continuación—: Mocosos, creen que porque son jóvenes pueden hacer y deshacer cuanto quieran.

Me quedé en silencio, respirando con pausa, viendo como su figura obesa trataba de encontrar un página libre dentro de su llena libreta.

—Mi nombre es Dereck Ballard, soy jugador de futbol y pertenezco al último año, aula “D”.

Floyd asintió y dijo:

—Por chistoso te ganaste unas vacaciones de tres semanas. Por falta de respeto a la autoridad.

Al parecer, tener sexo con las alumnas no le era suficiente para ser feliz.

También tenía que joder porque sí la vida de los demás.

De repente, escuché el sonido de unos tacones venir desde mi espalda, seguido de un caminar como el mío.

—¿Qué está sucediendo aquí?

Era una voz femenina, madura y suave. Me volteé por un segundo. No solo era la directora, sino también Andy, uno de mis amigos. Lo miré con una ceja alzada mientras caminaba a paso lento.

—¡Directora Williams! —dijo el inspector—. ¡Esta sabandija me burló para que su noviecilla pudiera escapar durante un parte disciplinario!

La mujer mayor frunció el entrecejo.

—¿Él hizo eso?

—Así es, directora.

—¿Y que le dijo para que se sintiera tan ofendido?

Antes de que hablara, me adelanté.

—Solo le dije que no tenía porque alarmarse; que íbamos a cooperar. Entonces se puso arisco, y temiendo lo peor, mejor dejé que mi novia se fuera.

Braena guardó sus palabras. Todo el mundo sabía de los rumores alrededor de Cucaracha Joe. Se notó una preocupación tremenda en su rostro.

—Inspector Floyd, a causa de que es el primer día de clases, me gustaría que no hubieran problemas en cuanto a la gestión de los alumnos —expresó la rubia—. Y si puede hacer de la vista gorda sobre este tema, sería mucho mejor.

—Pero directora, este muchacho…

—A este muchacho lo conozco. Sacó la cara por nosotros siendo el capitán del equipo de fútbol el año pasado, durante la época de los torneos interescolares.

Joe se quedó sin habla, conteniendo una rabieta.

Braena continuó:

—Traje a este chico, el hijo de una buena amiga… ¿A él también piensa hacerle un parte?

—No, directora.

—Bien.

La fémina observó su reloj en la muñeca.

—Ya son las ocho y media. Si nos disculpa…

Hizo un ademán para que camináramos. Choque puños con Andy mientras la mujer que me había salvado el trasero nos seguía por detrás. No me di tiempo para observar la cara malhumorada del inspector. Me imaginé su dolor interno.

—Muchas gracias, directora Williams —le dije, en cuanto se puso a nuestro nivel.

Ella negó con la cabeza.

—No hay problema. Vayan ya a sus clases o perderán créditos —aconsejó, y miró a Andy—. Hasta luego, Andy. Nos vemos a la salida.

Su voz había sonado más dulce que antes.

Braena se terminó alejando. Acompañado con mi amigo, no tuve más opción que alzarle una ceja al más puro estilo de Dwayne Johnson.

Su respuesta, aparte de poner los ojos en blanco, fue:

—No me preguntes, viejo. Solo vayamos a nuestra aula, los otros chicos ya deben estar allí.

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