
Karen Powers
Ama de casa tetuda y peligrosa
Chapter 1
by Samson
El despertador estalla en un chillido metálico, vibrando en la mesita de noche como si intentara huir de su propia existencia. Karen abre los ojos de golpe, su ceño fruncido antes siquiera de estar del todo despierta. Con un gruñido, estira un brazo musculoso y lo apaga de un manotazo firme, casi lanzándolo al suelo.
Suspira y se sienta en el borde de la cama, pasándose una mano por el rostro. Su cuerpo, acostumbrado a las madrugadas y a las patrullas nocturnas, protesta con un leve crujido en los hombros. Afuera, el sol apenas comienza a teñir de naranja los edificios, pero en su hogar aún reina la penumbra.
Con un bostezo contenido, se pone de pie. Sus pies descalzos golpean el suelo con la seguridad de alguien que, más que despertarse, se pone en marcha como un tren de carga. El día ha comenzado, y para una ama de casa-vigilante, eso significa dos cosas: café… y justicia.
A su lado, su marido aún duerme, agotado por la intensa “actividad nocturna” de la noche anterior. A pesar de su resistencia natural, el coño de Karen sigue tan dolorido como satisfecho tras ello; tener a uno de los mejores actores porno del ramo tenía sus ventajas.
Karen desciende las escaleras con la seguridad de un tanque en ralentí. Su camisón de algodón, sencillo pero resistente —como todo en su vida—, ondea apenas capaz de resistir el bamboleo de sus enormes pechos del tamaño de sandías con cada uno de sus firmes pasos. El suelo de madera cruje suavemente bajo su peso, como susurrándole los secretos de la casa aún dormida.
Al llegar a la cocina, pulsa el interruptor y la luz amarillenta inunda la estancia. El aroma tenue del café de la noche anterior sigue flotando en el aire, mezclado con el frescor de la mañana que se filtra por la ventana entreabierta.
Con movimientos mecánicos pero precisos, enciende la cafetera, saca los ingredientes y comienza su rutina. Los huevos chisporrotean en la sartén mientras corta el pan con la eficiencia de quien ha afilado más cuchillos de los que le gustaría admitir. Su mirada es la de una mujer con una misión: alimentar a su familia… y estar lista para cualquier cosa que el día le depare.
De repente, un estruendo sacude la cocina. La puerta de entrada se estrella contra la pared con un crujido seco, los goznes chirrían en protesta y una corriente de aire frío arrastra el aroma del desayuno hacia el pasillo.
Karen ni siquiera pestañea. Con una espátula en una mano y la cafetera burbujeando a su lado, gira lentamente la cabeza. En el umbral, con un pie aún en alto y respirando con la intensidad de alguien que acaba de tomar una decisión cuestionable, está su vecina, Martha. Su bata de satén rojo ondea dramáticamente, y su rulo más suelto se bambolea con furia contenida.
“¡Karen!”, exclama, señalando con un dedo tembloroso, “¡Es una emergencia!”
Karen ladea la cabeza, deja caer un huevo en la sartén sin apartar la vista de Martha y, con un tono tan plano como la tabla de cortar, responde, “Buenos días también a ti, vecina, ¿La puerta tenía que morir solo por venir a pedirme un poco de azúcar?”
Marta se lleva una mano al pecho, tratando de recuperar el aliento tras su dramática entrada.
“¡Karen, es un desastre! ¡Un caos total!”, jadea, “¡Los Rodríguez… los Rodriguez han abierto un gimnasio clandestino en su cochera!”
Karen parpadea lentamente, dejando que la información se asiente en su cerebro. La cafetera sigue borboteando, la sartén crepita con el desayuno, pero Martha tiembla como si hubiera descubierto una conspiración mundial.
“¿Y?”, Karen arquea una ceja mientras revuelve los huevos con la serenidad de quien ha visto cosas peores, como mezclar la basura orgánica con la inorgánica.
“¡Y que a las tres de la mañana estaban gritando ‘NO PAIN, NO GAIN’ mientras hacían sentadillas con ruedas de camión! ¿Nos los oístes?”, Martha agita los brazos. “¡Y uno de ellos… estoy segura… levantó un coche en peso muerto!”
Realmente no los oyó. Los gemidos de placer de su marido y los suyos propios podían acallar cualquier sonido que viniera de la calle. Karen suelta un suspiro y se cruza de brazos, realzando sus titánicas tetazas. Afuera, el eco metálico de una barra cayendo al suelo resuena en la quietud matutina. Le sigue un rugido de celebración y un coro de aplausos.
“Bien…”, dice Karen, con el tono de una mujer que ha aceptado su destino, ”Voy a terminar de hacer el desayuno… y luego iré a ver qué está pasando. ¿De acuerdo?”
Martha asiente con vehemencia.
“Pero no rompas nada todavía, Karen”, advierte, señalándola con un dedo. “¡Mi sobrino está tomando notas para su tesis sobre ‘Fenómenos urbanos de la cultura del fitness’ y me ha pedido que no interfiera demasiado!”
Karen se masajea el puente de la nariz. Será otro de esos días.
“Siempre hay un “pero”….No sabéis lo que queréis…”, Karen murmura, cogiendo su taza de café y tomando un sorbo de ella.
Entonces, Hank entra en la cocina, aún soñoliento, con el ceño fruncido y vestido únicamente con un pequeño slip apenas capaz de contener su gran pene o sus enormes testículos. Se detiene en seco en el umbral de la cocina, parpadea dos veces y deja escapar un suspiro largo y resignado.
“No quiero ni preguntar...” —murmura mientras observa la puerta colgando de un solo bisagra. “¡Buenos días, Martha! ¿Vienes a desayunar con nosotros?”, pregunta con sorna.
Justo detrás de él, aparecen los gemelos. Sophie, mira la escena con la expresión neutra de quien ha visto esto antes. Mark, observa a Martha con ironía:
“¿Viniste a desayunar o a pelear con mamá, vecina?”, dice, deseando ver a su masiva madre en acción contra la pesada de Martha.
“¡Qué más da! ¡Para un día que tenemos para descansar de la Universidad, viene la señora Wayne a hacer ruido!”, replica Sophie, molesta.
Karen, aún de pie junto a la sartén, señala con la espátula los huevos que sigue cocinando como si nada hubiera pasado. “Estoy ocupada. Si alguien quiere explicaciones, que hable con Martha y su crisis de emergencia fitness.”
“¡No es una crisis Hank!”, exclama Martha, señalando la calle con dramatismo, “¡Los Rodríguez han montado un gimnasio clandestino y están levantando objetos que NO deberían ser levantados por meros mortales!”, aunque sus ojos son incapaces de dejar de mirar el musculoso y definido cuerpo del Adonis hiperdotado que tiene frente a ella.
“¡Se mira pero no se toca, Martha!”, dice Karen sin mirar a su vecina, mientras Hank cruza sus enormes brazos y mira a su esposa. “¿Quieres que me encargue yo mientras tú terminas de hacer el desayuno o….?”
Karen le responde dándole la vuelta a la tortilla con la destreza de una experta en multitareas. “Ya me encargo yo, cariño; es solo una crisis vecinal...Pero lo haré después de desayunar. La justicia no puede impartirse con el estómago vacío.”
De repente, un silbido cortante del metal rasga el aire. Karen apenas tiene tiempo de inclinar la cabeza antes de que un disco de peso negro atraviese la ventana con un estruendo de cristales rotos, gire como un frisbee demoníaco y termine incrustado en la puerta del refrigerador con un ¡CLANG! seco y contundente.
Silencio absoluto.
La familia observa el disco aún vibrando en la puerta, como si fuera una medalla de guerra. Un trozo de lechuga, liberado por el impacto, flota en el aire y aterriza con dignidad en la encimera.
Marta se lleva una mano a la boca. “¿Ves? ¡Te dije que esto era grave!”
Hank parpadea varias veces, mirando el estado de la cocina, luego a su esposa. “Tranquila, cariño...Iré llamando al Seguro. “
Karen exhala despacio, deja la espátula sobre la encimera y se seca las manos en el camisón. “¿Es mucho pedir un desayuno tranquilo en familia un domingo?”, dice, irritada, tensando su musculatura mientras mira al techo de la cocina.
Karen, agarrando con facilidad el pesado disco “volador” que ha ultrajado su cocina, sale con paso firme, el camisón ondeando detrás de ella como una capa improvisada, sus enormes pechos y gluteos bamboleándose hipnóticos con cada zancada de sus poderosas piernas.
Desde la puerta destrozada, su familia y Martha la observan en silencio.
“¡Mamá! ¡Al menos ponte zapatillas!”, dice Sophie, lanzándole sus pantuflas de conejito.
Karen se inclina, desliza los pies en sus pantuflas de conejito y sigue su camino sin cambiar la expresión.
El vecindario aún está tranquilo, bañado por la luz dorada de la mañana dominical, pero conforme se acerca a la casa de los Rodríguez, el ambiente cambia. Desde la cochera abierta emana una mezcla intensa de olor a sudor, proteína en polvo y pura testosterona. El aire vibra con el retumbar de la música ochentera a todo volumen.
“EYE OF THE TIGER” suena como un himno de guerra mientras un hombre con bíceps del tamaño de sandías hace flexiones con una lavadora atada a la espalda. A su lado, una mujer realiza sentadillas profundas cargando a dos tipos que la animan con gritos de motivación.
Karen se detiene en el umbral, cruza los brazos y observa la escena con la misma expresión con la que evalúa si un pollo está bien cocido.
“¿A quién se le cayó un disco en mi cocina?”, pregunta con voz firme, dejando caer ruidosamente el peso, que agrieta sonoramente el cemento al impactar contra el suelo.
El gimnasio clandestino se congela. Solo el eco de un último levantamiento resuena en la distancia. Un culturista con el torso cubierto de tiza se gira lentamente, con una gota de sudor resbalando dramáticamente por su frente.
La batalla de la mañana está a punto de comenzar.
¿Qué pasará a continuación?
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Historias de Karen Powers, una voluptuosa ama de casa que imparte justicia en su día a día.
Updated on Apr 1, 2025
Created on Apr 1, 2025
by Samson
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