Kate despierta

Kate comenzó a recuperar la consciencia. Estaba aturdida. Aún le dolía el cuello. No recordaba demasiado bien lo ocurrido. Su mente trabajó despacio durante unos instantes más. Se encontraba tumbada en el suelo de la cabaña. Hace poco no estaba fuera, con los pies en el lago. Entonces todo volvió a ráfagas. El brazo comprimiéndole el cuello, la falta de aire, el dolor, el miedo. Aún con los ojos cerrados, comenzó a moverse. No era voluntario, era un reflejo, como cuando alguien despierta en mitad de la noche.

Nadie se dió cuenta del lento despertar de Kate. La habitación estaba llena de gemidos, gritos, llantos, y risas. Todos estaban demasiado ocupados para fijarse en nada.

Kate, todavía algo confusa, abrió los ojos. No acababa de identificar los sonidos de los alrededores. Al principio veía todo borroso. Después, cuando sus ojos comenzaron a trabajar con normalidad, tuvo que llevarse las manos a la boca para no gritar. El espectáculo era horrible.

Un hombre de rasgos asiáticos sostenía un cuchillo en el cuello de Dana mientras la sodomizaba despiadadamente. La pelirroja gritaba y se revolvía, pero desistía en la lucha en cuanto el cuchillo volvía a apretarle en la garganta. Entonces el muy bastardo volvía a separar el arma solo para disfrutar de unos segundos de renovada resistencia.

Catherine tenía el miembro de otro hombre en su boca. No se resistía. Al contrario, realizaba la tarea con gran maestría, aunque estaba claro que aquello no le gustaba. Lloraba y apretaba los puños. La pistola en la sien la aterraba demasiado para intentar nada.

Lo peor fue ver a su hermana. Un auténtico energúmeno la montaba como un perro mientras otro, el que parecía mayor del grupo, usaba su boca como una herramienta masturbatoria.

Kate también comenzó a llorar mientras seguía tapándose la boca. No podía creer lo que estaba viendo. Jamás había presenciado un acto de salvajismo semejante, ni siquiera lo había imaginado. No se trataba de noticias lejanas de gente desconocida, como cuando escuchaba algo parecido en la tele. Esas eran su hermana y sus amigas.

No quería que le hicieran lo mismo a ella, y tampoco podía soportar que se lo siguieran haciendo a las demás. ¿Qué podía hacer? Eran cuatro hombres, cuatro animales, y algunos iban armados.
Vió la mochila de uno de ellos. Apenas estaba a tres pasos. Dentro distinguía la figura metálica de una pistola. Todavía no se habían fijado en ella. Podría acercarse despacio y agarrarla.

También debía ser realista. Tenía la puerta al lado. No quería dejar a las demás, pero tenía demasiado miedo. Se mintió diciéndose que, si corría, podía encontrar ayuda. Tal vez llegar al coche (aunque no tenía las llaves), o caminar hasta el pueblo. Eran horas de viaje, pero ella era joven, hacía deporte amenudo, no tendría problemas en recorrer todo el camino.