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Chapter 3
by KingAppleCider
What's next?
Día 1 - TARDE
Dereck Ballard (14:00 PM)
Las clases estaban a punto de terminar. El profesor de matemáticas nos había puesto un taller para trabajar en parejas, y mientras resolvía los últimos ejercicios que propuso, junto a mi novia, vi que el anciano yacía dormido encima de su escritorio.
A mi derecha estaban Marcelo y su mejor amiga, Nicole Greenfield, concentrados. El primero era un introvertido de cabello negro, que padecía un poco de sobrepeso e iba de un lado a otro con un crucifijo colgando de su cuello, a diferencia de la muchacha, cuya apariencia era la de una emo de a mediados del 2010; con el cabello tinturado de azul y varios piercings en la cara.
Me encontraba en el centro del aula.
A mi izquierda se hallaban Darío y Andy, dos opuestos que juntos, eran la dupla perfecta; el primero, de ojos grises, con un carisma y ánimos de locos, y el segundo, más calmado; un cuatro ojos que le salvaba el trasero al de ascendencia portuguesa cada vez que sus notas iban de bajada, pues era el más inteligente de la clase.
Marcelo, Darío y Andy pertenecían a mi circulo personal. Fueron ellos quienes conocí en primer año; con los únicos que conecté de verdad, ya que los deportistas en su mayoría eran unos idiotas, y los más eruditos, que no pudieron arrastrar a Andy con ellos, me consideraban como alguien sin cerebro.
El timbre sonó. Pasé una mano sobre mi cabello castaño.
Desde mi mano zurda, alguien le tiró una bola de papel al profesor. No tuve que girar la cabeza para saber que había sido Darío.
El hombre se despertó.
—¿Q-Qué? ¿Qué pasa?
—Ya acabaron las clases, profe —le dije.
El maestro se levantó y tras decir que ubiquemos las hojas del taller sobre su escritorio, nos dio libre paso para abandonar la clase.
—Amor, voy al baño —me avisó Lilly justo al salir.
Asentí sin demora.
—Te espero en los casilleros.
Dos de mis amigos se acercaron desde la espalda.
—No puedo creer que sigas virgen después de tres años con ese bombón. —Era Darío, que al ponerse a mi derecha, simuló morderse el puño en un acto de supuesta vergüenza.
—Si, bueno, yo no tuve que hacerme el bisexual para besarme con las populares —le dije en voz baja, después de codear sus costillas. Andy soltó una risilla mientras limpiaba el vidrio de sus lentes.
El payaso de la clase dejó escapar una carcajada falsa.
—Muy gracioso. Dijimos que ya no íbamos a hablar de eso.
Marcelo se aproximó a nosotros.
—¿Qué hay chicos? ¿Harán algo hoy en la noche? —preguntó él.
—Igual si lo hiciéramos, dudo mucho que tu madre te deje salir de la cueva a la que llamas casa —habló Andy entre risas, luego alzó la vista.
Al vernos callados y con rostros serios, prosiguió:
—Puta madre, es la última vez que intento ser gracioso.
Luego todos nos reímos.
—¿Dónde está la que te gusta? —cuestioné al recién integrado.
—En el baño, ya sabes como son las mujeres.
—Sí, incluso si son lesbis —intervino Darío, el de los ojos grisáceos, provocando que recibiera una colleja por parte de Marcelo.
—Mejor grítalo, cabrón —le dijo en medio de susurros, y añadió—: Pero ya en serio… ¿Van a hacer algo? Escuché desde los asientos de atrás que Trixie Volkova iba a dar una fiesta en su casa.
—Dudo mucho que Trixie Volkova nos quiera en su casa —dijo Andy con los brazos cruzados.
Marcelo mostró confusión.
—¿Por qué? —pregunté.
—Bueno, tú no, Dereck. Eres el capitán del equipo de fútbol. Me refiero a que por lo menos nosotros; Darío, Marce y yo no seremos bienvenidos.
—Igual no nos estamos perdiendo de nada —comentó el mas holgazán de los cuatro.
Empezamos a caminar en dirección a los casilleros. La gente iba y venía, cotilleando, algunos observándome con sonrisas en la cara. Y es que era suficientemente popular como para atraer sus miradas. Tratando de ignorarlas, le pregunté al tímido:
—¿Y por qué preguntas, Marce? Andy pudo sonar brusco, pero tiene razón. Tu madre te cuida como si fueras una mujer de la edad media.
El muchacho con sobrepeso dejó de lado la acotación.
—Parece que Nicole quiere ir, aunque duda. Me dijo que la acompañara en el caso de que así fuera.
—¿Irías si se diera el caso?
Marcelo siguió caminando. Tenía la mirada en el piso.
—No lo sé. —Se rascó la cabeza—. Es el último año; si no le digo lo que siento… Escuchen, si ustedes van, yo voy. Es así de simple, porque si ella llega a rechazarme, y se que lo hará, por lo menos estarán allí.
Ya estábamos en la sección de los casilleros, cuando una voz femenina, ajena a nuestro circulo se interpuso.
—¡Hola, chicos! —Habló Trixie Volkova, la popular de toda la institución, que vestía el uniforme correspondiente, pero modificado para atraer las miradas en los puntos más sensuales de su cuerpo. También era la líder de las porristas—. ¡Los espero está noche en mi casa, no se olviden de traer su botella de **** favorita!
Nos dio a cada uno de nosotros una pulsera roja y se fue.
—Bien, me convenciste, Marcelo. Iré. —Se sacudió Darío tras sentir un repelús en el área que la chica lo había tocado.
Todos compartimos una mirada de complicidad.
—No sabía que Trixie era así de amable —expresó Marce.
—Bueno, supongo que eso fue porque nunca le hablamos. —Los ojos de Andy siguieron a la bella fémina en su sexy caminar.
Negué con la cabeza y dije:
—No, ella es una perra. Habla a espaldas de todos y se ha cogido a medio equipo de fútbol.
—¿Te incluyes? —cuestionó el de ojos grises.
—Darío… ¿Por qué crees que he durado mucho tiempo con Lilly en comparación con los otros deportistas y sus novias? Trixie Volkova es una quitanovios profesional, y de ustedes habla pestes.
—No jodas, Dereck. Estás exagerando —comentó el cuatro ojos.
—Retardado, payaso y dientón —dije sin tapujos—. Adivinen a quien le pertenece cada apodo.
Andy levantó su labio superior para tocarse los dientes con su lengua.
—Pero yo no soy dientón.
—Y yo no soy retardado —murmuró Marcelo.
Darío alzó los hombros con simpleza.
—De mi no puedo decir mucho.
Hubo otra interrupción, cuando uno de los deportistas, Blake Bennett, se autoinvitó a la conversación con un grito en mi nombre.
Me rodeó con su brazo derecho por encima de mi cuello.
—¿Vamos a ir a esa fiesta, Ballard? ¡Las hembras nos esperan!
Venía adelante de su sequito. El era de piel negra, alto y con trenzas, además de tener una fina línea de bigote sobre su labio superior.
—Menos a ustedes —continuó hablando—. Sin ofender, pero tienen cara de que nunca van a coger. Sobre todo Marcelo, que todavía piensa que puede tener algo con Greenfield.
El aludido habló por lo bajo:
—¿Quién mierda te dijo eso?
—Por favor, todo el mundo lo sabe. Se te nota en la jeta de retardado que tienes.
Me alejé de él tras darle un empujón. Su rostro se deformó en una silueta aberrante de enojo, pero yo era de su altura, así que, si quiso lucir intimidante, no lo logró.
—Como sea… —dijo Blake—. Si los encuentro en la fiesta, yo mismo me haré cargo para que den vuelta atrás.
Y se marchó.
—Ahora me dio más ganas de ir —susurró el muchacho con sobrepeso.
De no ser por mi popularidad, estaba seguro de que también formaría parte de ese nombre que tenía como etiqueta cada uno de mis amigos: marginado. Aquellos que de lejos eran pasables a la vista y que de todos modos nadie se les acercaba; Darío por sus bromas, Andy por su excepcional inteligencia y, bueno, Marcelo era tan común que siempre se llevaba la peor parte.
—Te juro que no sé como puedes tolerar a ese imbécil en el equipo. —Andy abrió su casillero.
Yo hice lo mismo.
—Lo peor es que ni siquiera juega, pasa banqueado toda la temporada —comenté—. Si fuera por mi, ni estaría en el once titular.
Darío se recargó sobre su casillero.
—Está decidido, iremos a esa puta fiesta.
—¿Pero no dijo Trixie que quería ****? ¿De dónde vamos a sacar botellas si aún no tenemos veintiún años? —pregunté.
—Eso déjenmelo a mí. La pareja de mi madre tiene varios licores en su despensa personal, puedo pedirle que me venda algunas de sus bebidas —aseguró el de ojos grises—. Solo denme cinco dólares cada uno.
—Rugiste. —Marce fue el primero en desembolsar la plata.
Sonreí por lo bajo y repliqué su accionar. Andy no se quedó atrás.
Cuando Darío recibió el efectivo, dijo:
—Pasaré por ustedes eso de las siete u ocho. —Entonces, le clavó la vista a Marcelo—. Tocaré tu ventana para que puedas salir por ahí llegado el momento.
Fue en ese instante que llegó Lilly acompañada de Nicole Greenfield.
—¿Ya nos vamos? —me dijo la pelirroja luego de rodear mi brazo derecho con su cuerpo.
—Sí, amor. Ya nos vamos.
Había sufrido un escalofrío de excitación al sentir sus pechos acalorando mi piel.
—Nos vemos, chicos.
Continué embobado mi camino con Lilly.
A la par, vi a Andy, que tras un adiós rápido, se alejó en solitario hacia la oficina de la directora, y a Nicole, arrastrando del brazo a Marcelo hacia la salida, como mi enamorada y yo, pero más lentos y disfrutando de una charla amena.
Un tumulto de personas me impidió ver a Darío.
Marcelo Laaz (14:45 PM)
—¡Por favor! ¡Ve más lento! —dije con miedo, mientras apretaba los hombros de Nicole, que parecía estar compitiendo en una carrera de bicicletas.
Estar parado en los pedalines era aterrador.
—¿Qué tanta es la bulla? —cuestionó fastidiada la de cabello azul al detenerse.
No podía verme a mi mismo, pero estaba seguro de que me encontraba más pálido que un muerto en la morgue. Lo que sí sabía es que, mi cabello parecía un nido de pájaros.
Eso provocó una risa en la chica.
—Te ves gracioso.
—¿Gracioso? ¡Casi me muero!
—No exageres, Marce.
Le señalé con el dedo la delantera. Había un muro topando la rueda principal. De no haber parado, Nicole me habría mandado varios metros adelante.
—Bueno, eso es un punto —admitió la peliazul.
—Oye, no lo tomes a mal. De verdad aprecio el aventón.
—Está bien, yo también me pasé.
—¿Vamos caminando? Igual ya estamos cerca de la intersección donde nos separamos.
—Claro. —Sonrió ella.
Su rostro era singular. No había maquillaje para dar gusto a los demás, sino solo para complacerse a si misma, y era eso lo que me atraía. Me encantaba su forma de ser, tan ruda y brusca, debajo de una capa de ojos pintados de negro, un piercing en la nariz y una lengua bífida. Si no fuera a causa del uniforme, estaría vistiendo de negro. Aun así, los accesorios corporales extras no faltaron, como los expansores en ambas orejas y las diversas pulseras en sus muñecas.
Sus senos eran moderados, y aunque la falda no era corta, de lejos se notaba el gran grosor de sus piernas.
—¿Vas a la fiesta de Trixie? —le pregunté de repente.
Ella, que ya estaba caminando a mi lado junto a su bicicleta, se volteó a verme.
—Sí.
—Veo que ya no hay dudas.
Se estaba mordiendo el labio inferior mientras contenía una sonrisa lobuna.
—Es que ya sé que la persona que me gusta va a ir también.
Sus ojos avellana se habían fusionado con los míos. Yo, que había escuchado sus más profundos secretos, me sentí como un ángel revoloteando en el cielo.
¿Habrá escuchado un rastro de la conversación que tuve con los chicos?
Andy Sepúlveda (15:00 PM)
La directora Williams o… Braena, me había instado a colocarme en el asiento de copiloto. Por supuesto, estaba más nervioso que un gato delante de un perro, pero me vi obligado a mantener la vista al frente, procurando evitar el contacto visual.
Fue un accidente lo que me llevó a verla, cuando al tratar de agarrar la palanca de cambios, tocó mi muslo y por poco el resto de mi entrepierna.
—Lo siento —dijo ella.
—No pasa nada.
El silencio de antes regresó. Ahora se notaba una incomodad palpable.
—¿Qué opina del inspector Floyd? —pregunté con ánimos de romper el hielo.
El recuerdo de la mañana le provocó una carcajada. Ella era divorciada, no tenía hijos bajo su cuidado y se encontraba en la edad límite para tenerlos. Su exmarido fue el problema que la condujo a plantearse una vida en soledad.
—Si pudiera despedirlo…
—¿Por qué no lo hace?
Braena se relamió los labios y negó lentamente con su cabeza.
—Porque no hay pruebas, Andy, y nadie se atreve a señalarlo bajo el margen de la ley; le tienen miedo. —Sus ojos yacían llenos de acuosidad—. Suelo ponerme en el lugar de esas chicas, en lo que tuvieron que pasar… He escuchado que muchos de esos encuentros sexuales no fueron consensuados.
La nariz de la directora se hallaba retraída, de color rojizo, como si estuviera constipada. Se identificaba mucho con las víctimas, y era normal, considerando lo que le tocó vivir en su época de casada.
Braena solía quejarse de su matrimonio con mi madre. Recordaba esos momentos con poca luz, puesto que en aquellos tiempos poco sabía yo del amor y sus dolencias.
No obstante, la entendía.
—¿Me pasas un pañuelo? Está ahí, en la guantera —me dijo la piloto, que trataba de controlar sus lágrimas.
Si dudarlo, hice caso a su petición. Tan pronto abrí la cámara secreta del auto, me topé con algo que evocó un sobresalto en la rubia. Un objeto rosa y de forma fálica.
—Andy…
—No, no se preocupe. —Hice a un lado el objeto y saqué de una vez por todas la caja de pañuelos—. Yo no vi nada.
La mujer secó sus parpados y tras un sonoro trago de saliva, se pronunció:
—¿Sabes lo que es vivir más de una década en soledad? Sentir que te pudres por dentro y que no hay nada para revertirlo; que dentro de poco nunca más podré embarazarme.
—Braena…
—Mi linaje acabará conmigo.
La curvatura de sus labios mostraban su tristeza; una decepción por la vida, que nunca había visto en una persona, menos en una mujer exitosa como lo era la amiga de mi madre.
—Usted no necesita eso.
—¿Qué… qué cosa? —preguntó ella con debilidad en la voz.
Mi vista yacía en la calidez de su presencia, por debajo de su cuello y encima de su escote; sus marcadas clavículas. Lo que a cualquier hombre volvía loco.
—Braena, con suma sinceridad, eres la mujer más hermosa que han visto mis ojos. No necesitas de juguetes sexuales. Si quisieras, el mundo estaría comiendo de tu palma. —Posé mi mano sobre la suya, que estaba encima de la palanca de cambios—. No todos los hombres somos buenos, pero sé con certeza de que debe haber uno especial para tu vida, esperando por conocerte.
A pesar de que su vista yacía clavada a través del parabrisas, me dedicó una mirada de reojo, llena de conmoción.
—Eres un pan de Dios, Andy.
Finalmente, habíamos llegado a mi hogar.
—Entonces, te veo mañana, Braena.
—¿No te vas a despedir bien?
Sonreí ante la típica declaratoria de las tías y madres de familia cuando un menor se marchaba. Me acerqué a su mejilla. Por alguna razón, tal vez por la rareza de la situación y porque no sabía a que cachete besar, torcí la cara, haciendo que nuestros labios se conectaran.
Sus ojos se abrieron de par en par al mismo tiempo que tomaba distancia.
—Hasta mañana, directora Williams —manifesté, dejando atrás el tuteo dada a la creciente ola de nerviosismo alrededor de mi cuerpo.
Darío Vieira (16:30 PM)
Esperaba que Jeremy me diera cuatro botellas del vodka más barato y nocivo de su galería. Por veinte dólares era a lo único que podía aspirar.
Faltaba media hora para que fueran las cinco de la tarde, por lo que, después de vagar un buen rato en el pueblo, llegué a mi humilde casa. Treinta minutos no era una gran diferencia, y con ello en mente, entré sin tocar la puerta.
De mis amigos, yo era el más pobre. Marcelo quizás estaba en segundo lugar, pero de él no podía asegurar nada, pues su madre trabajaba día y noche para mantenerlo.
Josefina Aveiro, mi progenitora, cobraba una manutención; era distinta.
No en el buen sentido.
—¿Le estás dando drogas a mi madre?
La imagen con la que me había topado resultó ser un choque inesperado; la excusa perfecta para mi cólera.
Y así como estaba, sentado en el sillón, Jeremy se revolcó de la risa debido a los efectos de su vicio. Una docena de peyotes se hallaban en la sala, encima de una mesa de vidrio de pequeña estatura.
Al carajo el licor.
Al carajo con Josefina, su adicción y su atuendo de prostituta.
Cargué en contra del hombre drogado. Tan pronto estuvo en el suelo, comencé a darle de puñetazos, garantizando que por cada golpe en la mandíbula, su sangre sobresaliera para amotinarse en la alfombra.
Mi madre no tardó en tratar de detenerme.
Sin embargo, estaba tan sumida en la porquería, que lo que parecían ser sus ataques, se asemejaban más a caricias. Agarré del cabello a mi supuesto padrastro y lo arrojé a la calle.
—Tus cosas estarán afuera por la mañana. Si te veo querer entrar por la puerta, te daré una paliza peor a la que te di ahorita.
Le solté los dólares que tenía.
—Y esos son por los vodka.
What's next?
Rodeo de Amor
Romance, betrayals and addictions.
Cuatro amigos deben enfrentar el último año escolar, y así mismo, al amor, la traición y las adicciones.
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Updated on Apr 23, 2024
by KingAppleCider
Created on Apr 21, 2024
by KingAppleCider
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