¡Sí, obviamente!

La noche siguió. Varios hombres entraban y se agasajaban con tu cuerpo. Te follaban a tu gusto, y tú tuviste varios orgasmos exquisitos, uno tras otro. Pronto la habitación olía intensamente a sexo, y pronto tu coño y ano se llenaron de semen. Te daba morbo mirar tus muslos y ver la lefa escurrir en ellos, así como imaginar cuántas corridas habías tragado, y con cuántos hombres habías estado esa noche. Te excitaba incluso más perder la cuenta.

Algo te sacó de tu ensimismamiento: ¡tu celular sonó! No le diste mucha importancia, y apenas y miraste a la pantalla sobre la mesita. Tu corazón dio un vuelco.

Era una llamada de tu esposo.